Un ala del PSOE, corta pero revoltosa, le está pidiendo, al parecer, a Pedro Sánchez que lidere el giro a la izquierda del partido. Cualquiera de los que lo conocen por su trayectoria política podría decir que Sánchez jamás ha representado esa sensibilidad de izquierda dentro de las corrientes socialistas, más bien todo lo contrario. Sin embargo, puestos a ser, el exsecretario e increíble hombre menguante electoral estaría dispuesto a aceptar cualquier papel siempre y cuando exista una posibilidad de que el viento le lleve a la Moncloa. Ser el líder del ala izquierda del PSOE y de la Yihad islámica si llegara el caso. Lo demostró durante un año de batacazos en las urnas y de empecinarse en conseguir lo imposible. El problema del PSOE en estos momentos de pertinaz despropósito no es un líder, sino un porqué: una idea rigurosa de presente y futuro. Los socialistas, pese a formar parte de un viejo partido, tienen que decidir ahora qué es lo que quieren ser de mayores. En los años de la Transición y bajo la bicefalia sevillana creyeron que para ganar elecciones en este país situarse demasiado a la izquierda no era lo más adecuado. Actualmente pasa tres cuartas partes de lo mismo. Precisamente por ese motivo, Iglesias y Errejón están enfrentados en la batalla del personalísimo, pero también de la estrategia dentro de Podemos, una organización que mientras exista limita las posibilidades de ocupar otro espacio radical en esa dirección política. El PSOE tiene que fijar una posición para no despistar más a sus votantes constitucionalistas y a eso que llaman las bases, tentadas a que las represente otro partido distinto al que hace tiempo tuvo que renunciar al marxismo para ser socialdemócrata y poder ganar elecciones. Por más que la coyuntura oportunista y ruidosa parezca indicar lo contrario, el marco no ha cambiado tanto para las mayorías silenciosas.