La muerte de Zygmunt Bauman ensancha la sensación de vacío que dejan los grandes pensadores e historiadores del siglo XX y el XXI. Nonagenarios casi todos, su obra estaba hecha. El vacío es la duda sobre un relevo de nivel análogo en el análisis y la interpretación del tiempo que habitamos y el de nuestros hijos. La «modernidad liquida» de Bauman es la definición conceptual de un mundo que ha perdido los valores sólidos, el estado-nación, la familia, el empleo y el compromiso mismo con la modernidad. En sentido paralelo circula el «pensamiento débil» de Vattimo: la conciencia de que ya no hay relato metafísico capaz de sustentar nuestro presente, paradójicamente porque la filosofía ha dejado de buscar la unión entre razón y realidad.

El poder de análisis y de síntesis histórica de Eric Hobsbawm, marxista revisionista europeo, no soviético, tampoco tiene continuidad en sucesores de su talla. Nos falta igualmente la autoridad socialdemocrática de Tony Judt: «Es repulsiva la idea de una sociedad, en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que nacen del interés pecuniario». Y también genera desamparo el cierre vital del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, su incomparable lucidez dialéctica y la fuerza inductora de su critica de los falsos mitos del pasado y del presente. Bauman, Hobsbawm, Judt, Bueno... todos han muerto en un breve lapso temporal. Aunque queda su obra, nos faltarán sus reacciones ante la evolución o involución del frenético movimiento del siglo.

El pensamiento dominante, conservador o liberal, no es fiable. Sus principios y sus análisis son coartadas para quienes detentan el monopolio de la riqueza a expensas de la desigualdad, la declinante energía del estado de bienestar, la desprotección social, el «precariado» como confluencia del proletariado y las clases medias de antaño, el envenenamiento del aire, el cierre de fronteras a los refugiados, la miseria mental, etc. etc. Vivimos la era de la «posverdad», eufemismo de la no-verdad que es la mentira. Y aterra pensar en la posjusticia, la poslibertad, la posdemocracia como metáforas de una involución de los derechos humanos que solo puede acabar en barbarie y catástrofe. Debatidas, eso sí, en las redes sociales, pura trampa para Bauman.