Olvídense de términos como «discriminación positiva» o «techo de cristal» a la hora de mantener la típica conversación sobre el papel de las mujeres en la sociedad, sus cuotas de poder o su avance en la consecución de derechos. Se quedan obsoletos. Para pasar por un avezado conversador sobre la cuestión hable del glass cliff o «abismo de cristal». Sí, de techo se ha pasado a abismo. Es algo antiguo, pues por lo visto la teoría nació en 2005 en la Universidad de Exeter (Reino Unido), pero es ahora cuando comienza a extenderse para referirse a la práctica de poner a mujeres al frente de una organización, empresa o proyecto con muy pocas posibilidades de salir adelante y dejar que se estrellen. Ya hay que ser retorcido...

Resulta que es Theresa May, la primera ministra británica, la principal exponente pública del glass cliff y también la, por ahora, única superviviente, fracasado el intento de Hillary Clinton de ser la primera mujer presidenta de EEUU, algo que a muchos se les antojaba una empresa sin final feliz y así fue.

La cuestión es ver si May es capaz de sortear ese abismo del brexit que se abrió ante ella nada más poner el pie en el 10 de Downing Street el pasado mes de julio. De momento, todo indica que no. Más que nada porque parece ser que es incapaz de responder a lo que todo hijo de vecino, por poco que se interese por el asunto, se pregunta en la calle: ¿cómo lo va a hacer?, ¿cómo va a sortear las dificultades? o ¿qué vías de negociación piensa abrir?

Directas, claras y lógicas cuestiones que le planteó la Reina de Inglaterra y que, como se sabe, Theresa May no pudo satisfacer. El historiador Felipe Fernández-Armesto ha escrito una suerte de reproducción del diálogo que ambas habrían mantenido cuando la primera ministra fue a presentarse a la Reina tras su elección. Trascendió después del encuentro que no hubo química entre ambas y que Isabel II se quedó algo molesta por no haber sacado nada en limpio.

«¡Políticos..!», podría haber exclamado la nonagenaria monarca al quedarse sola en Buckingham. Porque la primera ministra se fue por las ramas, habló de generalidades y no concretó. Meses después, así sigue. Ni Isabel II ni el resto de los británicos han logrado que se les aclaren los planes del Gobierno. Todo lo contrario: si un día May habla de «brexit duro» y de que Gran Bretaña renunciará a cualquier tipo de integración en el mercado único europeo (como sucedió nada más echar a andar 2017), al día siguiente, y tras saltar las alarmas en la City y caer las bolsas, dice que buscará un acuerdo que permita a los ingleses «seguir ahí pero sin estar».

Con todo, la pregunta es siempre la misma: ¿cómo? Se la debe de estar haciendo Isabel II en Sandringham, donde ha pasado algo pachucha la Navidad. No deja de tener su gracia que Su Majestad, famosa por saber mantener la distancia y exhibir una innata superioridad sobre sus súbditos, se haya convertido en la voz del pueblo, del británico, inquieto porque ni siquiera su jefe de Estado, con más de 60 años de experiencia en los que ha lidiado con 13 primeros ministros, es capaz de que le aclaren algo los conservadores.

¿Habrán oído hablar Isabel II y Theresa May del glass cliff?