Como para muchos jóvenes estudiantes de la lengua inglesa, fue Una historia de dos ciudades, de Charles Dickens, una lectura obligada. Sus primeras líneas ya me lo aconsejaban: «It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness...» Fue una de mis primeras traducciones al inglés: «Fue el mejor de los tiempos y fue el peor de los tiempos, fue la edad de la sabiduría y fue la edad de la estupidez...»

Describe el maestro Dickens convulsos tiempos históricos. Y dos grandes ciudades europeas: París y Londres. La edad de la sabiduría y la edad de la estupidez. Como en los tiempos actuales: tiempos inquietantes del brexit británico de Nigel Farage y sus comilitones conservadores o del populismo caudillista y zafio del probable nuevo inquilino de la Casa Blanca. Pero las dos ciudades en las que pienso ahora no son ni París ni Londres. Son otras dos maravillosas ciudades fronterizas de la Europa que sigue siendo un milagro: Estrasburgo y Málaga. Dos ciudades de la Europa que debe prevalecer.

Estrasburgo. Argentina Strassbourg, como proclama un hermoso grabado de principios del siglo XVIII que cuelga en el lugar en el que escribo estas líneas. Los edificios más importantes de aquella hermosa ciudad renana, bien fortificada, aparecen numerados. El número uno corresponde a la inmensa catedral gótica, la que hizo posible el genio de un europeo: Erwin von Steinbach. Goethe decía que «una sensación de unicidad, de plenitud, de grandeza, me llenaba el alma» cuando la contemplaba en sus visitas a la ciudad que hoy en día tiene todo el derecho de ser considerada la capital moral de Europa.

Mi mujer y yo tenemos muy buenos amigos en Estrasburgo. Embajadores excepcionales de una ciudad en tantos sentidos prodigiosa. Nos contaba recientemente una de estas admirables amigas que este año los cinco veces centenarios y famosísimos mercadillos de Navidad - los «marchés de Noël»- habían estado especialmente animados. Según ella, no había dejado de ser emocionante el pasear entre la buena gente de una ciudad mágica. Con la serenidad y la paz de los que no pactarán con el horror de la violencia.

Esa misma amiga nos llamó recién llegada en los inicios del Año Nuevo a la Costa del Sol, lugar que considera su segunda casa. Visitó el centro de Málaga. Con su deslumbrante iluminación navideña y con los portentos que todos le debemos a un alcalde providencial, don Francisco de la Torre. Paseó, en paz y en felicidad, entre la buena gente de Málaga y los visitantes llegados desde los cuatro puntos cardinales. Y nos dijo algo muy importante: para ella, Estrasburgo y Málaga eran las dos caras de una misma y emocionante moneda. Sagrada y europea. Y con la corona de dos maravillosas catedrales, «manquitas» ambas. Mi mujer y yo se lo agradeceremos siempre.