La UE no es un Estado. Jacques Delors, el presidente de la Comisión -que no es un gobierno- la definió como un OVNI (Objeto Volante No Identificado). Y el Parlamento europeo no tiene los poderes de uno auténtico porque su control sobre la Comisión es limitado y además la Comisión no es un gobierno.

La instancia decisiva es la Conferencia de presidentes de los 28 estados, con reglas de cualificadas mayorías. Y los jefes de gobierno pertenecen a un abanico político plural con dos grandes fuerzas dominantes pero ni mucho menos exclusivas, los populares o conservadores de los que algunos (Merkel) son democristianos, y los socialistas y asimilados. Por eso la UE, mientras no haya un auténtico gobierno europeo elegido a nivel europeo (va para largo), sólo puede ser fruto de la colaboración entre fuerzas distintas, muchas veces contrarias, pero que tienen en común cierto europeísmo: saben que sin Europa los viejos estados nacionales (Alemania, España€) serán cada día menos relevantes y perderán fuerza.

Por eso en el Parlamento europeo, lugar de encuentro y discusión de partidos e ideologías, ha imperado siempre la voluntad de cooperación entre las dos fuerzas principales. En cada periodo parlamentario (cinco años) se turnaban en la presidencia a tiempos iguales un popular y un socialista. Era la fórmula eficaz de tratar con la cumbre de jefes de gobierno y una Comisión que también son muy plurales. Así, los españoles Gil Robles (popular) y Enrique Barón y Josep Borrell (socialistas) fueron presidentes sólo dos años y medio, la mitad de un periodo parlamentario.

Pero ahora, en el momento en el que Europa ha entrado en un año muy complicado, ese pacto se ha roto. La gran coalición tiene inconvenientes pero cuando toca afrontar el "Brexit", a un nuevo presidente americano deseoso de diluir la UE, a un Putin que la ve (junto con la NATO) como algo a debilitar (Ucrania), cuando hay fuerzas populistas y nacionalistas que la van a cuestionar en las elecciones de Holanda, Francia, Alemania y seguramente Italia, y cuando hay serios problemas internos porque el obligado "Más Europa" puede avanzar poco porque hay gobiernos y electorados reticentes, era el momento menos adecuado y más inoportuno para romper cooperación.

Pero ha sucedido. Los socialistas querían recuperar personalidad propia y no han querido ceder la presidencia a medio mandato, cuando ha acabado el tiempo de Martin Schulz. Aspiraban a mantenerla. Difícil opción, aunque con buen argumento. No es lógico que las tres presidencias de la UE (Comisión, Juncker; Consejo, Donald Tusk, y Parlamento, estén en manos de tres conservadores. Y menos cuando Schultz es un hombre de gran peso, Juncker (de Luxemburgo) es discutido y el polaco Tusk está mal visto por el actual gobierno de extrema derecha de su país.

Pero ni el italiano Gianni Pitella (socialista) ni el también italiano Antonio Tajani (conservador de Berlusconi) ni las cúpulas europeas respectivas han querido ceder. Es censurable que los populares quieran las tres presidencias, pero todavía más -casi suicida- que lo hayan conseguido aliándose a un grupo euroescéptico que reúne a los conservadores británicos y a los ultramontanos polacos. ¡Para afrontar el "Brexit" y a Trump, la alianza con los antieuropeos es una barbaridad! Y además Tajani -un diputado cordial- no es político de peso.

Pero los socialistas no podían romper una tradición larga y fundamentada para marcar perfil en un momento tan delicado. Y encima para perder.

No, Europa no empieza con buen pie el 2017.