De repente, a todo el vecindario le ha dado por ahorrar electricidad. Es un proyecto suicida, porque disparará los precios. El ahorro o unicornio energético no existe. La factura eléctrica se ha disparado simultáneamente al despertar de la sensibilidad ecológica y de la competencia. El «consumo responsable» es otra de esas propuestas políticamente correctas pero erróneas que acaban consiguiendo que Donald Trump alcance el poder absoluto. Desde esta perspectiva, el cliente admite dócil que tiene la culpa de una situación por la que encima paga un precio desorbitado. La industria tramposa descarga la culpa sobre el consumidor. Una vez sustanciado el desafuero que investiga la Fiscalía, se aplica la lógica del corrupto arrepentido. Sólo devuelve el dinero que le reclaman. No tienes la culpa del precio de la electricidad. Las constructoras se infiltraron en su día en las eléctricas, y el recibo de la luz es el sucedáneo de las hipotecas en que ya no tantos se dejan engatusar. La luz es menos rentable que el piso entero, pero castiga a todos los ciudadanos sin excepción. Atrapados, el sueño de quienes ya ingresan mil euros limpios anuales por hogar. Se escriben libros enteros para desentrañar la tarifa, cuando pagar la luz no debiera ganar en complicación a desenredar la factura del kilo de lomo. Sería más rápido aplicarse el lema infalible de las cosas complicadas. «Si algo no se entiende, no eres tonto, sólo te están engañando». La tarifa eléctrica seguirá la senda de los contratos hipotecarios. Pronto se demostrará que es íntegramente ilegal, salvo el «Reunidos». Entretanto, el procedimiento revolucionario consiste en no ojear siquiera la factura. Pagar sin rechistar, mientras el cuerpo aguante. Es la actividad más solidaria imaginable, porque los obsesionados con economizar se limitan a descargar el coste sobre otros. Queda dicho que, si ahorramos todos, los precios subirán para todos. Suerte que la liberalización implicaba abaratamiento, al ampliar la oferta y demás zarandajas. El valioso tiempo que se desperdicia aprendiendo a leer facturas y controlando horarios impracticables estaría mejor invertido en estudiar el desalojo de los responsables del carísimo fraude.