A veces uno no da con la fórmula... Sin ir más lejos, anteayer, lunes, que estaba un pelín agobiado, para evadirme un rato, decidí escribir a pluma suelta, y sentí un enorme alivio. Pero no me duró mucho...

Evadirme consistía tanto en salir del torbellino del tajo profesional, como en huir de la rutina de los soniquetes políticos que más que ilusionarnos nos intoxican y encolerizan, y nos atedian y aburren y entontecen y alelan. Evadirme escribiendo significaba, simple y llanamente, quitarle el bocado, la cabezada y la silla y a mi pluma y dejarla cabalgar, a pelo y a voluntad, por los prados del folio, que siempre es un riesgo. Y ocurrió: mi pluma se desbocó, como tantas veces, y me llevó prado arriba y montaña abajo, palabreando, mientras me desgranaba la historia de Facundo, un terráqueo de pro que empezó como simple bagarino y, a base de remar a favor de la corriente y de su incoercible dromomanía, llegó a reconocido cultipicaño, envidiado y respetado por amigos y enemigos. Ya en edad provecta, Facundo contaba que todos y cada uno de los lenguaraces sabios y de los incontinentes trapalones, baldragas y sicofantas para los que remó, le ayudaron «a saber latín» y a prescindir de su pasado carcunda.

En ello andaba mi pluma, desbocada, galopando por entre palabras hermosas, dicentes, precisas y explícitas, cuando una de ellas vino a sacarme de mi evasión. Como tratando de elevar su trazo, mi pluma me contó que la iluminación de Facundo se inició el día que sintió un estrumpido interno... Y justo ahí fue que salí de mi placentero momento. La palabra gatillo fue «estrumpido», porque estrumpido contiene a un Trump minúsculado en su vientre. Y además, lo verifica: los estrumpidos dialéctico-jingoístas del señor Trump retumban en todo el planeta. Diríase que don Donald disfruta jugueteando con la caja de los truenos y los estrumpidos que lleva dentro. Quizá debiera hacerse mirar el alma...

De repente empezó a llover. Y la lluvia me trajo al presidente Rajoy. No fue un diluvio, pero uno, que es inocente, gota a gota iba cargando las pilas de la ilusión mientras interpretaba aquellas agüillas verticales como la solución anunciada por el presidente Rajoy respecto al sistema homicida mediante el que se calcula el coste energético de nuestros terruños patrios. ¿Sabrá don Mariano que no es lo mismo desencarecer que abaratar...?

En resumen, que, por relevos, los estrumpidos del señor Trump y el sirimiri de don Mariano me sacaron de mi placentero estado y me reincorporaron a mis asuntos profesionales, y a los inestables y mal traídos puentes que cruzan los ríos de uno que yo me sé, y a las falsas puntadas y los peores zurcidos y remiendos de otra que también me sé, y a los divorcios políticos que, como todos los divorcios, empiezan discutiendo por la custodia de su prole y terminan ensalzados en un combate cuerpo a cuerpo por la custodia de la maquinita de Nespresso...

Definitivamente, la política, como la jodienda, parece no tener enmienda... Quizá a todos nos vendría bien recordar al emperador Augusto y compartir con él su máxima semper festina lente, que nos trasladó Suetonio, el historiador romano. «Apresúrate siempre despacio» no es un mal consejo para nadie, y así, a bote pronto, se me ocurre brindárselo a nuestro superalcalde De la Torre.

De muchos es sabido que el egotismo fiturero activa los delirios, ralentiza los sentidos y entorpece los reflejos. Solo así son entendibles ideas estólidas como la de don Francisco, al interpretar que Málaga precisa de mayor volumen de oferta alojativa, e hipérboles peregrinas como la de cifrar las necesidades entre dos mil y tres mil camas.

Apresurémonos despacio. Recordemos que la gobernanza bien ejercida tiene un objetivo tripartito: la sostenibilidad del entorno, la de las cuentas de resultados y la de la sociedad de acogida. Calcular la capacidad de carga de Málaga, circunscrita exclusivamente a Málaga y no como parte del escenario general del mercado, sería un deletéreo error que el tiempo convertiría en irreparable.

Asumamos seriamente que Fitur afecta, y toda vez asumido: cerremos los ojos, inspiremos durante cuatro segundos, detengamos la respiración durante siete segundos, y, finalmente, expelamos todo el aire durante ocho segundos... Repitamos esta práctica hasta sentirnos desintoxicados de Fitur. Después, desde lo más profundo de nuestra conciencia, verbalicemos: semper festina lente...

¡Prometo que esto funciona!