No sería disculpable sino lógico que Podemos amaneciera a diario celebrando su triunfo sin precedentes, en las dos elecciones generales que ha disputado. Pasar de golpe de cero a 71 diputados supone un éxito que se ha incorporado a la lista de estupefacciones políticas del planeta entero. En los ensayos sobre la actualidad publicados hoy en Francia o Estados Unidos, se habla más de la formación de Pablo Iglesias que de PP y PSOE, sumados. Si la ausencia de festejos en el partido emergente podría celebrarse como un himno a la austeridad, la bronca apenas barnizada entre sus dirigentes sorprende incluso a sus enemigos. Se arriesgan a ser la sensación de la temporada, el artista de un solo disco, un fenómeno paranormal a estudiar por departamentos universitarios ociosos.

PP y PSOE, por citar a los sospechosos habituales, han copiado sin sonrojarse los métodos y medidas de Podemos. Al mismo tiempo, cargaban contra el partido emergente, en aplicación de la ley según la cual nadie perdona jamás a quien le hace un favor. Personas tan poco sospechosas como el exministro Margallo tenían que saltar a la palestra, para recordar que la formación de Pablo Iglesias se personó en las urnas cumpliendo todos los requisitos del concurso electoral. Si la formación neófita encarnaba simplemente el populismo diabólico, ¿por qué los jueces de Estrasburgo condenan y los bancos acatan los excesos hipotecarios?, ¿por qué de repente se relajan las normas de corte del suministro eléctrico a los hogares?

Podemos alza la voz, pero no contra los enemigos que tanto contribuyeron a auparlo, sino para embarcarse en estériles querellas intestinas. En vez de felicitarse por haber girado las coordenadas sociales, el partido que introdujo la claridad en el debate político se enzarza en trifulcas bizantinas. Desperdicia así las oportunidades de consolidación. Si el martes vocean Pablo Iglesias contra Íñigo Errejón en el Congreso, al día siguiente Carolina Bescansa se convierte en Carolina Descansa. La diputada que completaba la Ateísima Trinidad tampoco entiende las voces confusas que se intercambian el padre y el hijo del proyecto, así que apaga su palabra. Importa el símbolo, no que el documental más bien publicitario de López de Aranoa destapara que la especialista demoscópica tenía dificultades para desentrañar un sondeo electoral.

El detalle a menudo ausente en las críticas a Podemos es un modesto reconocimiento del papel fulgurante jugado por el partido en sus menos de tres años de existencia. Quienes descalifican a la formación alternativa como si fuera una broma, no explican jamás sus 71 diputados vigentes. También deberían aclarar el crimen que imputan. Se acusa simultáneamente a Podemos de acomodaticio y de revolucionario, de haberse integrado culpablemente en la cadencia partidista que denunciaba y de pretender la disolución también culpable de la estructura constitucional. Frente a la proliferación de enemigos, Iglesias y Errejón han respondido con un acentuado solipsismo, en lugar de desplegar su indudable energía para capitanear la oposición dado que el PSOE carece de secretario general.

Sin necesidad de remontarse a Cataluña, la situación política estatal dista de verse resuelta. La deriva metafísica de Podemos sorprende en una fuerza que irrumpió con tácticas de guerrilla y acción directa. La jerarquía Iglesias-Errejón no solo ha saltado en mil pedazos por la permanente tensión entre el integrismo y el ecumenismo. Se repite la paradoja de que el secretario general de Podemos ha sido el Moisés indispensable para llegar hasta aquí, pero quizás se necesita a su teórico segundo para dar un paso más. La izquierda basada en la ilusión suspira por un tándem entre Pedro Sánchez y Errejón, que precisa media docena de victorias previas antes de consolidarse. En todo caso, Podemos ha demostrado que se guía por criterios al margen de los canónicos, reciclan la críticas en una palanca para propulsarse. Cabe recordar que la oposición a Trump consolidó su victoria.

Podemos no pertenece a Iglesias ni a Errejón, y mucho menos a Bescansa. Acertaron al interpretar la voluntad de cinco millones de personas, igual que un solista atinado reproduce fielmente a Chopin. Si desafinan, los descontentos buscarán otra orquesta más atinada. La significativa porción del país que a lo largo de esta década ha buscado una alternativa está viviendo su propia transición, mucho más sangrienta que la escenificada en los años setenta. El PP y el PSOE presuponen que los desertores frustrados volverán mansamente al redil. Sin embargo, las segundas partes de la historia pertenecen a la literatura.