Hay algo semejante en fenómenos en apariencia tan distintos como racismo, machismo, imperialismo, fascismo, matonismo o clasismo exacerbado, y ese denominador común es el supremacismo, es decir, el afán de ser más y ensalzarse, abusando del débil, humillándolo, y explotándolo. En el fondo todos los supremacismos son iguales, todos responden al mismo impulso miserable, en el que, bien mirado, sería fácil identificar la esencia de la maldad humana. Esa es la razón de que con frecuencia aquellos fenómenos de la conducta coincidan en una persona: son sólo manifestaciones diversas de una misma patología. Su alma es floja, insegura y cobarde, y por eso la humillación de los más débiles es el alimento que necesita el supremacista, como una fe de vida. Nunca volaron tan alto el Rey Arturo y Don Quijote -o mucho antes el Cristo- como cuando hicieron del supremacista su mayor enemigo.