Este artículo continúa el de la semana pasada (en el que me referí al Derecho Internacional, la verdad y el sentido común) sobre algunas de las otras víctimas del nuevo mundo que se está diseñando.

La democracia. Pierde terreno en un mundo de incertidumbre y miedo, donde la gente busca la engañosa seguridad que ofrecen los líderes autoritarios o las simplonas soluciones de los populistas, para sorpresa de muchos incautos que las compran. Hay una lógica en preferir comer antes que votar, pero es una disyuntiva falsa y hasta el Papa Francisco se ha sentido obligado a prevenir contra los autoritarismos en una entrevista reciente. Según el último informe de Freedom House, la democracia ha empeorado en 67 de los 195 países del mundo y cita como ejemplos más próximos a Turquía, Rusia, Hungría y Polonia. El binomio democracia liberal / economía de mercado está en discusión en muchos lugares como resultado de la crisis económica de 2008 y de las consecuencias adversas de la globalización, y aunque el golpe de estado militar está afortunadamente desprestigiado hoy, los líderes autoritarios llegan al poder por las urnas y luego se afirman en él coartando las libertades de sus conciudadanos. Como han hecho Erdogan en Turquía o Maduro en Venezuela, y su ejemplo cunde desde Bangladesh y Ecuador hasta Filipinas y el propio continente europeo. En 1988 los regímenes personalistas en los que el poder está concentrado en unas solas manos y no en un partido o en una junta militar, constituían el 23% de todas las dictaduras y hoy, treinta años más tarde, son el 40%. Otros ni siquiera se molestan en hacer elecciones, como Corea del Norte o China. Que el presidente de los EE UU denigre a los medios de comunicación y a los jueces e insulte a quién le critique es muy preocupante porque cuando los controles democráticos se debilitan se puede acabar embarcando al país (o al mundo) en aventuras y conflictos con graves consecuencias. Otra forma de debilitar la democracia es saltarse la ley a la torera, como viene haciendo la Generalitat de Cataluña y acaba de reconocer el ex senador de ERC Santiago Vidal. Incumplir la ley nunca es democrático.

Las encuestas de opinión. No han dado una a derechas en las tres citas importantes del año: predijeron que el Brexit no triunfaría; daban a Hillary Clinton como ganadora de las elecciones norteamericanas (aunque hay que reconocer que tuvo casi tres millones de votos más que Donald Trump); y dijeron que el gobierno colombiano ganaría el referéndum sobre el acuerdo con las FARC que ponía fin a sesenta años de guerra. Como no puedo creer que los encuestadores sean unos mantas, que los métodos de análisis no sean sofisticados, que no tengan mecanismos correctores y que las cosas se hagan mal a propósito, hay que concluir que los entrevistados no dicen la verdad. Por pudor, por fastidiar, porque nos gusta mentir o porque nos da vergüenza confesar a quién vamos a votar, que también es muy probable.

La lucha contra el calentamiento global. Tras el fracaso de la conferencia de Copenhague, la de París fue un éxito porque parecía que el mundo se tomaba por fin en serio el problema más grave que tiene la humanidad. Un problema que nos ha costado casi 400.000 millones de euros en los últimos años y que puede hacer el planeta inhabitable antes de lo que pensamos por poner en juego el ecosistema que nos mantiene. A muy corto plazo, por ejemplo, pone en peligro la supervivencia de lugares como las islas Andamán, en el golfo de Bengala, que solo sobresalen un metro sobre el nivel del mar y tienen altísima concentración humana. El deshielo polar puede cubrirlas de agua, al igual que otras muchas zonas costeras. Donald Trump no cree en el cambio climático y eso es grave, dice que son historias sin fundamento y quiere retirar a los EE UU del Tratado de París y dejar de pagar a la ONU para luchar contra este problema. Y si los EE UU no colaboran, poco haremos los demás porque ellos son, con China, los mayores contaminadores mundiales. Trump cree que los ecologistas están «sobrevaluados» y que no hay que permitir que consideraciones medioambientales frenen el progreso, y en esto no se diferencia de países tercermundistas que piensan que su desarrollo exige contaminar como antes hicieron los del primer mundo y que no es justo exigirles a ellos lo que otros no hicieron. Y así, unos por otros, podemos ir todos derechos al desastre.

Las buenas maneras. Otra víctima, en este caso muy española, como es el confundir churras con merinas y el culo con las témporas, sin recordar que lo cortés no quita lo valiente y que comportarse como rufianes y no respetar ni las formas ni las instituciones no da más fuerza a los argumentos, sino todo lo contrario. No se tiene razón por insultar, gritar más o vestir peor. A nadie se le ocurriría en el Reino Unido presentarse ante la reina vestido como un camarero de chiringuito playero o ir al Congreso norteamericano con atuendo de gimnasio. Hablo de las dos democracias más antiguas y respetables del mundo, porque mi modelo no son Tzipras, Grillo o Maduro. Las instituciones deben ser respetadas porque nos representan a todos... a no ser que se pretenda derribarlas. Y yo no estoy por la labor porque prefiero reformar, dentro de la ley, lo que no funciona.

*Jorge Dezcállar es diplomático