Salió ayer en el Telediario Pablo Casado, uno de esos jóvenes que ahora pitan en el PP, explicando cosas del congreso de su partido, que tendrá lugar este fin de semana. Y dijo que habrá «renovación por adición». Je. ¡Por poco me atraganto! ¡Arenas redivivo!, ¡Albricias! Ahí ve uno la mano de Arenas, sí. Javier Arenas está presente en la cocina del cónclave o está en las conversaciones o en la pomada. O eso o ha legado a la ciencia política un concepto que ya recogen los manuales y que los cachorros estudian. Es un concepto suyo, muy de moda cuando abordaba congresos en Andalucía, regionales o provinciales. La renovación por adición es que cuando quieres defenestrar a un tío en vez de sacarlo de la dirección (ejecutivas, etc.) lo dejas pero lo ninguneas o lo despojas de funciones o de comparecencia ante los medios. Y metes a otro que hará esas funciones. En principio, no agravias a nadie. Una suerte de bienquedismo político. O de no tengo cojones para mirar a la cara a fulanito y decirle que prescindo de él.

Claro, así le quedaban esas macro direcciones con más miembros que una cofradía. Con más gente que en la matanza de Ardales. Más gente con tarjeta de la dirección del PP que socios del Málaga.

Arenas era tan poco partidario de enterrar a los cadáveres que al final se le pegó al cuerpo el hedor. Hedor a perdedor que no se pudo quitar ni con una victoria. Ahora la cosa está en cómo enterrar a Cospedal, que por la mañana hace dejación de funciones como ministra para irse a las cositas del Partido Popular y arrear invectivas a los adversarios y ya por la tarde, si eso, se va a realizar un llamado a la concordia de los españoles. Pero Rajoy es en el fondo un arenista y puede que le meta a la Cospedal un adición de no te menees. O no. O lo mismo (sería cachondo) todo es una maniobra para decirle subliminalmente a través del Telediario a Arenas que no va a seguir o que le van a poner un nota que haga lo suyo. La lucha está en cuanto de poder rebañan esa entente que entre otros forman Núñez Feijóo y Moreno Bonilla contra el cospedalismo, que se apuntó un gran tanto a nombrar a Zoido ministro de Interior.

Zoido ya nació con cara de ministro de Interior y parece que todo en su vida, la judicatura, la alcaldía de Sevilla, el escaño, ha sido una distracción hacia ese objetivo vital, facial, nunca perdido de vista.