¿Puede un futbolista tener una vida privada? Parece que depende de quién, a juzgar por el «despido» del jugador ucraniano Zozulya cuando había sido cedido por el Betis al Rayo Vallecano. Al parecer, dicho futbolista tuvo o incluso sigue teniendo, unas ideas políticas distintas a las de ciertos aficionados rayistas.

En efecto, Zozulya ha aparecido en algunos medios fotografiado apoyando al ejército nacional ucraniano. Esto, que no parece contrario a nada, no es lo que ha provocado el incidente sino que, al llegar a Sevilla, lo hizo con una camiseta con el escudo de su país y unas palabras que fueron malinterpretadas por la prensa. Los fanáticos del Rayo llamados «Bukaneros» ya avisaron que «no aceptarían a un neonazi en el club». Obviamente, estamos ante la apropiación de un club por parte de un específico sector de aficionados.

Y aunque Zozulya manifestó que nunca había sido neonazi ni había apoyado a ningún partido en ese sentido, sí se creía ucraniano y apoyaba a su ejército en la guerra que existía y existe aún en ese territorio. El Rayo y el jugador aguantaron solo un día, ya que al primer entrenamiento, los eslóganes, los insultos, los gritos contra el ucraniano han hecho que un trabajador se vea sin la posibilidad de hacer su labor profesional porque al volver al Betis el periodo de transferencias se había ya cerrado. Así, en un limbo jurídico, el futbolista no podrá volver a jugar esta temporada, ya que ha estado inscrito en tres clubes en esta temporada, lo que, según el reglamento FIFA, le impide ser registrado por un cuarto equipo.

Esto no es algo nuevo y muchos jugadores han sufrido las iras de una parte de su afición por su forma de ser. Sea esta política (por no coincidir con algunos miembros de esa afición), social (salir de noche), etc...

Pero, ¿qué ocurre con otros aspectos de la vida privada? Así, hemos visto que defraudadores condenados han sido jaleados por aficionados. El no pago de impuestos ha sido visto de forma lógica por algunos aficionados... Lo que hay que pensar es si la vida privada de los futbolistas debe tener una consecuencia legal, el despido o la rescisión de contrato. Puede tenerlo, es obvio, pero no debe estar en manos de unos aficionados, sean éstos importantes en número o en ruido que hacen.

Sí, el club podrá rescindir si existen hechos que marquen una línea legal para ello, por incumplimiento de contrato por un jugador, pero dejarse llevar por una marea popular (sin doble sentido, no me malinterpreten) que, pensando en sus propias formas de ver la vida, niegan tanto que el empleador, el club de sus amores, pueda decidir sobre los aspectos deportivos del mismo, como que un trabajador pueda realizar su labor.

Debemos, por lo tanto, entrar a pensar si no estamos dejando demasiado poder a algunos. Los ultras de algunos equipos sudamericanos tenían (¿tienen?) poder para obtener entradas, para poder venderlas y sacar beneficio, pedir «regalos» a sus jugadores, etc...

¿Es esa la vía que estamos abriendo si aceptamos los hechos tal y como se han producido en el caso del jugador Zozulya y el Rayo Vallecano? Además, de nada han servido las explicaciones del futbolista, porque una vez se ha corrido la voz de cómo es alguien o qué ha hecho, el estigma es casi imposible de cerrar.

Cuando se denigra a alguien, siempre queda algo y, además, algunas personas creen tener la verdad absoluta y no permiten que haya una discusión abierta. O se hace lo que quieren o se lleva todo al conflicto que, en la mayoría de los casos, acaba en violencia verbal, cuando no física.

Quizá sea un reflejo de la sociedad y el fútbol no es un aspecto especial de la misma, sino un mero seguidor de lo que acaece diariamente. Estamos cada vez más estresados en nuestras opiniones y con menos capacidad de plasmar pacíficamente nuestras diferencias y de llegar a acuerdos, compromisos o incluso tener la comprensión de por qué se hace algo. Pero, no se da ninguna posibilidad de explicar, como en el caso del Rayo, o que esos aficionados del mismo comprendan que han cometido un error. Los errores no se reconocen...

La falta de capacidad de comprender al otro, de estigmatizarlo y de no cambiar de idea es algo que no podemos aceptar en nuestra sociedad pero menos en el fútbol que, a pesar de todo, sigue siendo un deporte con el que disfrutar. Leamos la magnífica novela gráfica de Art Spiegelman, ´Maus´, para intentar ser abiertos y tolerantes y no caer en totalitarismos deportivos.