Acabada la gala, los premios Goya siguen en las noticias de sucesos por un robo de joyas sobrantes. El botín, 30.000 euros, está a la altura de la industria. Sólo una joya robada en los oscars a Lupita Nyong´o quintuplicaba esa cifra. Antes de la ceremonia, un reportaje informaba de que la mitad de los actores que trabajaron el año pasado no superaron los 3.000 euros de ingresos y que muchos de los que estaban en la gala habían sudado para encontrar quien los vistiera y peinara para la ocasión. El cine español no es Hollywood y debería aceptar que sus galas no sean un remedo de serie B con la alfombra roja subrayando a unos actores a los que tanto se reprocha que usen el rojo para sus pancartas. Incluso entre los actores que más cobraron el año pasado se notaba que no suelen atenerse a ese atuendo: así Pablo Iglesias, a lo Sean Connery sesentero.

Deberían ir vestidos bien pero como son, trabajadores de una industria que no es Marca España para el presidente Rajoy, tan de España, tan de Marca, que no ve películas españolas, seguramente porque está ocupado viendo y oyendo fútbol. El fútbol es nuestro Hollywood y los actores no acaban de entenderlo y de ponerse a jugar un partido de hombres contra mujeres para que los españoles los admiren.

Lejos de ello, disfrazados para una boda en la que no son los novios, siguen siendo noticia porque hay gente que se dedica a odiarles desde el asiento de casa y en vez de mantener dentro de su cabeza las mezquindades que se les ocurren o compartirlas con la familia, como comparten los pedos de sofá, las ponen por escrito para que las lean desconocidos que las contestan dándoles más razón, aunque la razón no tenga nada que ver con todo esto. Y la fiesta sigue en la fiesta inversa de los que esperan el agua de mayo de ese chorreo para darle valor de delito y hacer perder el tiempo a la Fiscalía.