A diferencia de otros hechos históricos, éste lo protagonizaron nuestros seres queridos. Sangre de nuestra sangre. En febrero de 1937 se desencadenaba uno de los sucesos más cruentos de la guerra civil en una Málaga asediada por los sublevados; lo que resulta increíble es el desconocimiento que existe fuera de nuestra provincia sobre la huida masiva de la población civil malagueña en dirección a Almería, ante la inminencia de la caída; así como los crímenes de guerra cometidos contra los refugiados durante el camino, hostigados por mar y aire, encajonados entre el mar y la montaña.

Hay que decir que el 80º aniversario del éxodo sí ha tenido amplia repercusión en los medios locales, y ya son numerosos los testimonios recopilados en estudios académicos y otras publicaciones. Las investigaciones ofrecen cifras asombrosamente elevadas de muchas decenas de miles de personas. Los historiadores determinarán el número exacto, aunque la magnitud de la tragedia no debe sorprender si se extrapolan los datos de cada familia. Sin ir más lejos, la contribución de la de quien escribe fue nutrida y esencialmente femenina; fechas y cifras son importantes, pero yo pienso en L. y son otras las cuestiones que acuden a mi mente, mientras me culpo por no habérselas preguntado cuando aún era posible. La vivencia de un ser querido aporta una dimensión humana que ayuda a comprender: me cuesta imaginar el difícil conciliábulo en el que decidieron irse, que probablemente tuvo lugar en espacios que asocio a dulces recuerdos infantiles. Las sensaciones durante la larga ruta a pie bajo la amenaza mortal de aviones y barcos. Finalmente, desde Alicante, el regreso al hogar en una ciudad ahora sometida.

Pero L. ya no está y las respuestas difícilmente las encontraré en un libro.