Dani Rovira comenzará a rodar Superlópez en mayo. Lo acabo de leer. Me ha parecido una buena frase para comenzar el artículo de este domingo. Será por que estoy falto de superhéroes. Escribo en la mañana de un viernes lluvioso mientras oigo como Pablo Iglesias se pone borde y vacileta con Pepa Bueno en la Ser. Apago la radio y enciendo la tele. Note usted la cantidad de vicios que adornan mi personalidad. Es apagar uno y encender otro.

Está Cristina Cifuentes hablando con Ana Rosa y varios periodistas. Sólo uno de ellos, el gran Fernando Garea, me parece que esgrime cosas atinadas. Cifuentes dice estupideces grandes y frases vacías. Y eso que es una de las representantes más dignas y presentables, valga la redundancia, de su partido. Tiene buena imagen, es lista, o sea, sabe que algunas de las cosas que dice son estupideces pero le dan votos. Habla de Andalucía. vomita tópicos, me encanta esa tierra, tengo allí muchos amigos, voy mucho€ Dan ganas de dejar de escribir el artículo y gritarle a la tele que los que tributan son las personas y no los territorios. O sea, también un directivo extremeño paga con sus impuestos la pensión a un jubileta indepe catalán o un rico filatélico murciano contribuye a pagar el paro a un señor de Móstoles o Calatañazor.

Pero no digo nada. Lo que hago es poner un tuit pretendidamente gracioso que tiene poco eco y que lo único que consigue es enfriarme el ánimo, el café y la paciencia. Cambio a Antena 3. Sale Raúl del Pozo. Me arrepiento de no haber hecho zapping antes. Pero Del Pozo nunca defrauda. Sólo me da tiempo a oirle una frase antes de que la presentadora dé paso a uno que va a contar soplapolleces del corazón: «El PP celebra su congreso mientras fuera están deteniendo a los contables». Raúl hace frases redondas de columnas gloriosas hasta cuando sale por televisión, donde parece un griego clásico al que le han puesto una corbata y que cuando acabe la tertulia se irá a charlar con Pericles. Me levanto y apago el televisor. Mientras lo hago me pregunto por qué no lo he apagado con el mando a distancia.

Mejor sería dedicarme a la lectura, me digo, de «Un fin de semana en Nueva York», de Josep Pla, recién editado por Destino. El origen del libro es un viaje en un trasatlántico, el Guadalupe, que Pla y mi también admiradísimo Néstor Luján («Decidnos, ¿quién mató al conde?») realizaron a la ciudad norteamericana en el 54. Una semana. Pla escribió luego para la revista Destino una serie de reportajes que fueron muy seguidos. Con eso y algún texto más sale este libro, cuyo título también podría ser «Pero todo esto quién lo paga», que es lo que dicen que dijo Pla cuando el buque se acercaba ya a Manhattan y vio en su esplendor, a la caída de la noche, tanto lucerío. Y yo que siempre creí que esa frase era de Julio Camba. Del gran gallego por cierto está calentito en los estantes una nueva edición de Londres (Reino de Cordelia), recopilación de artículos escritos en y sobre la ciudad inglesa entre 1910 y 1913.

Allí llegó Camba de corresponsal, procedente del París disoluto y golfo. Nos cuenta Francisco Fuster en el prólogo que el día de llegada, lluvia, oscuridad, media tarde, alojamiento mejorable, tal vez Camba pensó que lo de pasarlo bien había quedado atrás en su vida. Pero nada de eso. Nada de nada. Pese a la mala comida. Camba, como dijo una vez Alfonso Vázquez en el suplemento de libros de este diario, «demuestra ser un consumado naturalista de la fauna inglesa».

Fauna la que veo yo en mi calle cuando salgo. Un señor bigotón ¡en bata! fumando un puro va hablando solo. Casi tropieza con las mesas de una terraza, llenas de desayunantes pese a la llovizna. Bandejas y bandejas de churros. «Todo esto quién lo paga», grita el buen hombre.