Este es el tercer capítulo sobre las que me parecen ser las otras víctimas del mundo que se alumbra en estos albores de 2017. Hasta ahora ya he mencionado el Derecho Internacional, la verdad, el sentido común, la democracia, las encuestas de opinión, la lucha contra el cambio climático y las buenas maneras. Pero se me ocurren algunas más:

Los valores: La corrupción no es nueva, existía en el imperio romano y sospecho que antes también. Ahora la ONG Transparencia Internacional dice que aumenta. Los países menos corruptos del mundo son Nueva Zelanda y Dinamarca y el más corrupto parece ser Somalia, que ya es generoso llamarle estado. España ocupa el número 41 entre 176 países, que no es para tirar cohetes (Francia es el 23 y Portugal el 29) y eso exige bastante más compromiso social y político por parte de todos para mejorar las cosas. También es preocupante el aparente entusiasmo del nuevo presidente norteamericano por la tortura, que le parece un método eficaz en el que afirma creer, aunque magnánimamente acepta seguir en este asunto los consejos de su equipo militar y de seguridad. La tortura, utilizada en época de Bush y Cheney como parte de su guerra contra el terror, había sido prohibida por Obama (que sin embargo no llegó a perseguir a los culpables de haberla utilizado) y ahora puede regresar. Ni una palabra sobre su moralidad, hasta el punto de que un documento que circula por Washington plantea reabrir los llamados black sites, prisiones clandestinas en terceros países donde la tortura es habitual y donde la CIA podría interrogar a sospechosos lejos de las leyes que rigen en los países civilizados. También la prisión de Guantánamo, donde se detiene indefinidamente a sospechosos sin juicio, se mantendrá abierta. Se me dirá que cosas peores ocurren en muchos otros lugares del mundo y no lo niego, pero esos países no comparten los valores en los que yo creo. Vivimos una regresión moral muy grave.

La convivencia: crece la xenofobia alimentada por partidos populistas de extrema derecha que afortunadamente no han arraigado en España. Quizás los años de franquismo nos hayan inmunizado, como la guerra civil de 1990 parece haber inmunizado a los argelinos frente al islamismo radical. El caso es que nuestros populistas son de izquierdas y admiran al régimen venezolano, que es el más corrupto de América pero que no es racista, que yo sepa. No ocurre lo mismo en Países Bajos, Alemania, Francia, Italia, Grecia, Finlandia, Suecia, Reino Unido, Hungría, Austria, Polonia y otros, donde proliferan partidos nacionalistas e insolidarios que levantan muros y alambradas, cierran fronteras y excitan el odio frente al que es diferente por su idioma, religión o color de piel, porque en época de crisis se le ve como competidor por el trabajo y los presupuestos de Educacion y Sanidad. La reciente cumbre de partidos de extrema derecha europeos celebrada en Coblenza en enero pone los pelos de punta. Allí, Le Pen (Front National francés), Wilders (PVV holandés), Petry (AfD alemán), Salvini (Liga Norte italiana) y Vilimsky (FPÖ austríaco) hablaron de 2017 como «el año del despertar de los pueblos de Europa», un año caracterizado según ellos por la eurofobia, el regreso a los estados-nación, el proteccionismo y la xenofobia. Y no importa si los seres humanos que vienen con esperanza hacia nosotros huyen de guerras en Siria, Irak y Libia, de hambrunas en el Cuerno de África, de falta de expectativas laborales en el Magreb o en América Latina, de pura miseria en el continente africano. Cuando el fenómeno surge desde abajo, como hizo el fascismo en los años treinta, es ya muy preocupante pero da aún más miedo cuando la xenofobia y el racismo se fomentan desde la jefatura del estado, como ocurre en los Estados Unidos, que han intentado cerrar la puerta indefinidamente a los refugiados sirios y de forma temporal a la entrada de musulmanes de media docena de países. ¡Menos mal que hay jueces independientes! Todo esto apunta a un mundo muy feo, alejado de nuestros valores y ante el que no podemos callar porque si lo hacemos mañana podrá ser demasiado tarde.

La voluntad popular: todos los sistemas electorales la distorsionan de alguna forma y así, en España, los nacionalismos periféricos obtienen más diputados que Izquierda Unida, que saca varias veces más votos que ellos, algo que se solucionaría con un Senado/cámara de representación territorial. Y también en todas partes los partidos en el poder han procurado beneficiarse con lo que en Francia llaman découpage electoral y en los EEUU gerrymandering, que consiste en dar más representación a las zonas donde tienen mayor caladero de votos. La novedad ahora son las interferencias de terceros países en los procesos electorales gracias a la seguridad y el anonimato que ofrecen los métodos cibernéticos. Mala noticia. Si antes los norteamericanos hacían pucherazos en América Latina y otros lugares, hoy los rusos han apoyado a Trump en perjuicio de Hillary Clinton (sin que se pueda calibrar el alcance y consecuencias de dicha ayuda), y pueden tratar de perjudicar a Merkel en las próximas elecciones de Alemania, o aupar a Le Pen en las de Francia y a De Wilders en Holanda. Porque a Rusia le conviene todo lo que siembre desconfianza en la democracia y haga daño a la Unión Europea. Y lo hacen financiando a partidos populistas, fomentando manifestaciones «espontáneas», desacreditando a personas e ideas con falsedades... Debemos protegernos ante la desinformación que nos acecha.

Continuará.

*Diplomático