La actualidad política del país no gira alrededor de las grandes cuestiones pendientes de reforma, como debiera, sino de asuntos partidistas. Como si los resultados de las últimas elecciones generales fueran aceptados únicamente con carácter provisional. El Gobierno atiende las urgencias de la cuestión catalana para evitar el descontrol, pero la aprobación de los presupuestos está en el aire por el que merodea el fantasma de las elecciones anticipadas. El PP, con los elementos dispuestos a su favor, parece lanzado a reunificar el centroderecha. El aviso no puede ser entendido más que como una alusión combativa a Ciudadanos, que busca un sitio y quiere gobernar. La candidata oficialista a la dirección del PSOE exhibe su condición de ganadora y anuncia una victoria de su partido antes de que nos demos cuenta. En su discurso triunfal, el líder de Podemos ha proclamado su reiterada vocación constituyente, impulsado por el viento del cambio que, según dice, sigue soplando. Desde la formación del Gobierno, la agenda política ha seguido estando más ocupada con los movimientos internos de los partidos que en las políticas destinadas a resolver los problemas de la sociedad española. Aunque las encuestas realizadas después de las elecciones estiman variaciones mínimas en las preferencias de los electores, las estrategias activadas por las fuerzas políticas impiden por el momento la estabilización del sistema de partidos. La incertidumbre procede sobre todo de las tensiones en la izquierda, que no ceden. El congreso del PP, como suele ocurrir cuando un partido gana elecciones y está en el Gobierno, ha sido un mero trámite. Ciudadanos, por su parte, no ha tenido mayores problemas para efectuar un pequeño giro y ponerse en situación de disputar el voto de un segmento amplio del electorado moderado, que se repartía entre los dos grandes partidos. Otra cosa es que lo consiga. El PP y el PSOE son ahora dos organizaciones debilitadas y vulnerables, pero las recientes contiendas electorales y los sondeos demuestran que el partido naranja está todavía muy lejos de su objetivo. Por el contrario, el PSOE y Podemos no han conseguido superar su división interna y el enfrentamiento que mantienen ambos reduce sus posibilidades de alcanzar una mayoría y gobernar. La espera para ver de qué modo se asienta el PSOE en esta nueva etapa de la política española se prolongará hasta el verano, cuando los afiliados socialistas hayan tomado una decisión sobre el liderazgo y el rumbo de su partido en el futuro próximo. Mientras los actores del juego político van fijando sus posiciones y se comprueba la durabilidad de la presente legislatura, el protagonismo en estos días ha correspondido a Podemos. El proceso de votaciones y debates que ha culminado en la asamblea celebrada en Madrid ha acaparado la atención de todos. Unos lo han visto como un ejemplo de democracia y otros como una descarnada pelea entre dirigentes por hacerse con el mando de la organización. Finalmente, los miembros de Podemos han asistido a una discusión en la que las propuestas y las candidaturas estaban poco claras, particularmente las defendidas por el sector de Errejón, que no dejó de manifestar abiertamente sus discrepancias con la línea política seguida bajo la dirección de Pablo Iglesias, al mismo tiempo que abogaba por su continuidad en la secretaría general. El líder de Podemos ha conseguido la reelección con el apoyo de apenas un tercio de los inscritos, en una votación que ha contado con una participación solo ligeramente superior a la mitad de la registrada en las primarias del PSOE. Su victoria es rotunda, pero no despeja en absoluto las incógnitas políticas y electorales que rodean el porvenir de Podemos. Las decisiones adoptadas por la asamblea tienen una importancia indiscutible para la política española. Pronto empezaremos a ver sus consecuencias. La principal, su resistencia al pacto, ha sido anunciada por Pablo Iglesias al advertir que nunca se equivocarán de bando. Pero tanto o más relevante que esto, resulta la gran lección que los dirigentes, inscritos y seguidores de Podemos han recibido de la experiencia que acaban de vivir. En alguna ocasión Errejón ha confesado que Podemos se había convertido nada más crearse en una máquina electoral para competir y que tenía un debate ideológico y estratégico pendiente que era el que se estaba dando con motivo de la segunda asamblea. Pues bien, después de sus éxitos en las urnas, con un estatus parlamentario destacado, Podemos ha descubierto al fin, con cierto retraso, el núcleo duro de la política, donde se alojan las luchas de poder, la imposición, el conflicto y un largo etcétera de los bien llamados por el politólogo Angelo Panebianco «imperativos permanentes de la política». Definitivamente, la antipolítica de Podemos se ha dado de bruces con la política.