El Gobierno rumano ha reculado tras promulgar un decreto por el que se despenalizaban los delitos de corrupción, es decir, luz verde a la prevaricación, el cohecho, el tráfico de influencias, el cuñadismo y todo aquello que permite al político enriquecerse sin temer el peso de la ley. Medio millón de personas tomaron en protesta las plazas de Bucarest, se acabó el cuento, y a mí me ha corroído la envidia.

Aquí en España hemos padecido durante años una estafa a través de un sistema bancario que ha usado y abusado de nuestros ingresos hasta que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha dicho basta. Esa estafa de las cláusulas suelos, el IRPH, el vencimiento anticipado, los gastos de constitución hipotecaria, etc, fue ideada por bancos y cajas, alentada por sucesivos gobiernos, amparada por senadores y congresistas, alimentada por los tasadores, permitida por los notarios, bendecida por el Banco de España, aplaudida por los fondos buitre, ejecutada por jueces, policías y registradores maniatados, cobrada porcentualmente por Hacienda, y soportada, cómo no, por cientos de miles de familias españolas. Muy pocas veces siento asco de mi país, una náusea incontenible, y esta es una de ellas.

Cuando escojo el término estafa lo hago con todas las letras, conociendo el sentido penal de la palabra y sus consecuencias: engaño bastante, error suficiente, y trasposición patrimonial. Dieron lugar a miles de desahucios, familias rotas, patrimonios dilapidados, suicidios desoladores y pérdidas dramáticas. Demasiada desgracia. Nadie nos dijo nada, nadie nos advirtió del engaño, hasta que un tribunal europeo ha puesto freno a esta pestilente práctica bancaria y ha resuelto a favor del consumidor. Demasiado tarde, me temo, para muchas personas que lo han perdido absolutamente todo.

Por eso envidio a los rumanos. A nosotros nos han robado a manos llenas, en nuestra propia cara, de una forma indolente, día a día, y la multitud enardecida no se ha echado a la calle exigiendo responsabilidades a esa panda de inútiles y bastardos que conforman el poder legislativo, que son quienes auspiciaron y favorecieron a unos acreedores tan opacos, injustos y desproporcionados que han tenido que venir togados supranacionales para declarar nulas sus exigencias con carácter retroactivo. Un aplauso para el Tribunal Supremo.

En este tipo de temas me gusta invocar al gran filósofo cimerio, Conan el Bárbaro, un rotundo pensador con una ley de vida tan simple como evocadora: todo lo que sangra puede morir. Así hemos visto, por ejemplo, cómo el Dr. Jesús Candel (Spiriman) y una incansable riada de granadinos han paralizado pacíficamente la lamentable fusión hospitalaria que ya se daba por ultimada en la Junta de Andalucía, y tienen mucho mérito. Pero su mérito no es haberse enfrentado al sistema, que también, sino haber demostrado que la burocracia sufre, sangra, y eso la hace débil, atacable, vencible, mortal. El mayor temor de un político: que el ciudadano abra los ojos, detecte la injusticia, se levante del sillón y decida luchar por lo que es suyo. El próximo reto, el impuesto de sucesiones.

Pues en esas nos han tenido, en penumbra, cobrándonos cláusulas ilegales, ejecutando condiciones nulas de pleno derecho, imponiendo intereses leoninos, quedándose con lo que era nuestro, echando a la gente de su propia casa, pero eso sí, nos regalaron unas teles y unas vajillas que para qué te cuento, divinas. Qué simpáticos, qué melosos, qué filantrópicos ellos con sus fundaciones y sus obras sociales, hasta que se nos hizo difícil seguir pagando. Entonces su sonrisa con hilo musical se cambió por un expediente con código de barras en vez de tu nombre y treinta llamadas diarias de una empresa externa de gestión de cobros.

Lo aceptamos sin más, pero apareció en escena un juez malagueño, titular de un mercantil de Granada, que inició el camino legal para ayudar a millones de españoles, pues fue él quien promovió la tutela judicial necesaria para acabar con la parte ilegal de un sistema bancario que ahora cierra sucursales y aligera capital humano, o lo que es lo mismo, un sistema bancario que, ¡oh sorpresa!, también sangra. Dicen que el Poder Judicial anda como loco pergeñando estos días un plan para asimilar las incontables demandas contra los bancos que inundarán los juzgados civiles con la misma piedad y contundencia que los otros marcaron como regla de juego. A buenas horas.

Lo reconozco, tengo envidia de los rumanos, del Dr. Candel, y de todas esas personas que, desde su propia capacidad de maniobra, ejercen calladamente su responsabilidad para conseguir grandes logros en beneficio de todos. Menos asambleas y congresos, menos postureo y golpes de pecho. Más vergüenza, más compromiso y, sobre todo, más actuar en conciencia.

Viva Rumanía, y viva Conan el Bárbaro.