Escribir después de que te hayan sacado una muela (Gracias Cristina Citoler, eres una gran profesional) tiene sus riesgos, sobre todo si escribes sobre personas y más si es sobre políticos, de la ralea que sean. Le puedes meter las cabras en el corral y quedarte tan pancho. Pero mientras me hacía efecto la doble dosis de calmante me reía al acordarme de Celia Villalobos, la eterna política malagueña, cuando le espetaba a un crispado Pablo Iglesias: «Para que tú te luzcas no, mi amor». Iglesias había querido meter de matute el grave asunto del Banco de España y su cierta anuencia con Bankia y su salida a Bolsa en una comisión sobre pensiones, pero la Villalobos, con las tablas y las maneras que le acreditan su larga vida de profesional de la política, le paró la lengua, le quitó argumentos y dejó en pañales a Iglesias. Celia Villalobos es hueso duro de roer. El líder absoluto del partido morado maneja como nadie el resorte de asambleas, titulares, pantallas de televisión, congresos y bullangueras manifestaciones, pero lejos, muy lejos, de lo que es la práctica y el tiempo en las instituciones, y de ellas la principal; el Congreso de los Diputados. Iglesias parece tener la obligación de enterrar la era Íñigo Errejón, de abrir la espita de la confrontación, cercenar cualquier iniciativa de lo que él llama la «Triple Alianza» (PP, PSOE y Ciudadanos) y día a día labrarse un lugar al sol para conseguir titulares y hacer ver que la verdadera y única oposición es él y nada más que él, con el inestimable apoyo de la cada vez más crispada Irene Montero, la sucesora que será de Íñigo Errejón. Iglesias da cada día más munición a Mariano Rajoy y yo diría que también al PSOE de Susana Díaz. Esta izquierda radical, sin posibilidad de llegar al Gobierno, tiene más palmaditas en los hombros que votos en las urnas, más o menos lo que dijo Santiago Carrillo cuando perdió de forma sonada las elecciones de junio de 1977 siendo arrollado por un incipiente encantador de nombre Felipe González.

No oculto mis debilidades por Celia Villalobos pese a su cocidito madrileño (vacas locas), la tarde loca del videojuego en el Congreso o que todavía los malagueños sigamos soñando algunas de sus promesas (río Guadalmedina, por ejemplo) y, a veces, sus soberbias injustificadas, porque le gusta ir por derecho, mirar a la cara y no se achanta ante nada. Y para ello hay que tener clase, altura y mucho oficio, todo lo contrario al también parlamentario malagueño del PP, el antequerano Ángel Luis González, y su reto, correspondido, a Pablo Iglesias a verse las caras. Este hooligans de la política bien podría aprender de su madre política capaz de golpear con puño de hierro envuelto en guante de lana. De González se sabe de sus malas formas y peores modos, de salidas de tiesto incluso en los círculos más próximos, pero a nada hace asco y menos si detrás, cada mes, cobra 5.684,21 euros. ¡Menuda forma de ganarse y sudar el sueldo!

Dicho lo cual y con el efecto de los calmantes aliviado el dolor (¡Que manos tienes, Cristina!) me encuentro con el apartado que hicieron Susana Díaz y Elías Bendodo con motivo de la visita del Rey de España al Foro Transfiere. No sé de lo que hablaron pero tenemos a un Bendodo crecido como nunca, que ya tiene en mente qué plaza o calle va a dedicar a Francisco de la Torre (siete vidas tiene el gato), y que de la mano de su jefe Moreno Bonilla está llamado a cotas más altas si gana el líder del PP andaluz que no pierde puntá, eso sí con más educación, en llamar vaga a la presidenta andaluza y a la que residencia ya en Madrid. Moreno Bonilla en sus sueños calenturientos se ve ya en el Palacio San Telmo (sede del Gobierno andaluz), tal cual le pasó a su bien amado (en la distancia) Javier Arenas. Habrá que reconvenir con Manuel Jiménez Barrios, vicepresidente del Gobierno andaluz, en declaraciones a Tom Martín Benítez en Canal Sur Radio, que si Moreno Bonilla trabajara el 10% de lo que hace la presidenta por Andalucía otro gallo le cantaría. Pues eso. San Telmo puede esperar.