Pablo Iglesias y el diputado malagueño del PP Ángel González se las tuvieron tiesas el otro día en el Congreso. Bronca. Amenazas. Abucheos. Gestos de 'eso dímelo en la calle' ¡Caramba con sus señorías! Una pena también. No porque no nos gusten las algaradas, que esas recriminaciones sobre que el Congreso no es lugar para esto se la dejamos a los de lo políticamente correcto, prestos siempre a rasgarse las vestiduras con el consiguiente deleznable espectáculo de que los tengamos que ver en pelotas. No. Si no nos gustan semejantes trifulcas es por que no son capaces de llegar hasta el final. Antes, se mean.

Hay quien dice que estos incidentes, por su virulencia, recuerdan a las Cortes de los años treinta. Sí. Si no fuera porque estos no tienen la inteligencia, la cultura ni el arrojo o carisma que tenían la Pasionaria, Gil Robles, Azaña o Calvo Sotelo. Todo es una pantomima, un perder los nervios por falta de argumentos y de argucias y de brega parlamentaria.

La refriega desde el escaño ha de ser dura, como lo es el fútbol o la recogida de la aceituna. Un parlamento vivaz es el de un país vivo. Otra cosa es que haya mucho vivo haciendo teatro. Pero un teatro que fuera algo así como una obra de Arniches con los personajes hablando en ruso.

La cosa se produjo en la sesión de control al Gobierno, mientras el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, contestaba una pregunta del diputado de Podemos Antonio Gómez Reino sobre el nombramiento del ex director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, como consejero de Red Eléctrica de España. Ana Pastor, tan morigerada de habitual, tuvo que regañar y hubo otros diputados que intervinieron haciendo gestos. Mucha peleita pero poco lograr que no nos roben con el recibo de la luz. Y por si no tuviéramos poco, la televisión nos sirvió un rifirrafe como de

tía y sobrino entre Celia Villalobos e Iglesias. Villalobos tiene ya muchas tablas, y más si hay cámaras delante, y procuró emplear un tono condescendiente y campechanete. A punto estuvo Iglesias de perder los nervios, no descartándose que perdiera la discusión. La democracia

televisada nos brinda y proporciona estos espectáculos, que luego dan alpiste para las redes sociales. El parlamento es un gigantesco plató. Pero si quieren mejor un ring que se peguen en serio.