Habrá gente a la que no le gusten las bromas, pero yo no estoy entre ellos, desde luego. Aún en el colegio, y a pesar de un físico bastante mermado que me hacía blanco fácil de cualquier represalia, las gastaba a menudo. Desde colocarme un pendiente de pega en la oreja para provocar la cara de incredulidad de mi madre y sus posteriores gritos, hasta otras de mayor elaboración ya en el ámbito escolar. No me digan que meter un adoquín en la mochila de un compañero, extrañado por el peso que alcanzaban los libros a la hora de la salida, o engullir medio bocadillo (medio señor bocadillo, porque estaban pa matarse) de un compañero y dejar después la forma del mismo con el papel de aluminio que lo envolvía, no le hacen al menos esbozar una sonrisa. No me juzguen, no actué solo, y además mi madre no tenía tiempo para hacerme un bocadillo como aquellos.

Bromas así no tienen nada que ver con la que ha sido de actualidad esta semana. El malagueño Abel García la liaba, y orgulloso de ello («el dinero es el dinero y la fama es la fama», asegura), con un vídeo con toda la pinta de ser falso, en el que atacaba con un espray de pimienta a un repartidor de pizza con tanta torpeza que él mismo acababa llorando y ya veremos si pringando judicialmente. No hay más que darse una vuelta por su canal de Youtube para confirmar que al joven youtuber se le fue la mano con esta broma. El interés de los vídeos que sube a la red, y esto es una opinión bastante personal, es bastante escaso. Desde rallar a señoras mayores por la calle pidiéndoles perdón sin que sepan de qué va la copla, a pegar un iPhone en el suelo del Palmeral de las Sorpresas y grabar cómo la gente, claro, se agacha para intentar cogerlo. No le veo la gracia por ningún lado y lo que me preocupa es que haya casi 16.000 personas suscritas a este canal a los que sí les interese lo que en él se publica, aunque según lo que entienden de esto, esta cifra no puede calificarse ni de mierdecilla. Y me comenta alguna compañera con hijos con frecuente acceso a internet su temor a que puedan ver contenidos no adecuados o impropios para chicos de su edad. En este caso, estos padres pueden quedarse tranquilos. La principal repercusión que puede tener en los niños que vean los vídeos de Abel García es que dejen la tablet y vayan corriendo a coger un libro. Garantizado.