Iglesias demostró el miércoles en el Congreso que va en serio cuando dice que quiere ganar en la calle antes de vencer en las urnas: se condujo en el hemiciclo como si ya estuviera en la rúa desafiando a los antidisturbios a moverlo de su posición. Bien ganada, por cierto, en Vistalegre II, donde se impuso el documento «pablista», más extremoso que el de Errejón, y quedó consignado que primero la movilización social y luego las instituciones. Lo que no significa que la primera (bien se vio anteayer) no pueda ser llevada a las segundas, cambiando los adoquines por escaños, pero con idéntica furia reivindicativa y retadora.

Sin embargo, también puede que el comportamiento de Iglesias respondiera a otros afanes, pues coincidió en el tiempo con el enésimo aviso a Errejón. A su hasta hace nada «número dos», le exigió que dejara de condicionar la composición de la nueva ejecutiva con declaraciones en los medios. Fue un aviso de quien tiene en sus manos la posibilidad de elegir entre purga y abrazo.

Después de Vistalegre II, Podemos ha quedado dividido en paquetes accionariales. El 59,68% del consejo ciudadano es de Iglesias, el 37,10% de Errejón y el 3,23% de Anticapitalistas, y el moderado Íñigo quería que en el consejo coordinador (ejecutiva), que conocimos ayer, su sector mantuviera proporcionalmente la misma representación. Bescansa ya le ha dicho que no es posible y que el mayor protagonismo debe corresponder a quien «defiende las ideas mayoritarias».

Los «pablistas» se juegan la credibilidad en esa decisión; del reparto de puestos en el consejo coordinador dependerá que Iglesias y sus principales ayudantes de campo, Mayoral y Montero, empiecen a ser vistos como dirigentes dispuestos a negociar (ceder en esto a cambio de ganar en lo otro) dentro de sus propias filas. Fuera de ellas nos consta que no son muy proclives al pacto, pero habrá que ver si dentro prefieren integrar, incurriendo en esas componendas que tanto disgustan a los caudillos, o se arriesgan a seguir plantando las semillas de una futura implosión.

En otras palabras, si de verdad quieren armar un bloque compensado que haga «difícil que el PSOE vuelva a ser lo que fue», como escribía Iglesias en su documento de análisis político, o por el contrario se automarginan, poniendo en fuga a los votantes socialdemócratas que se les habían adherido por puro asco ante la corrupción y el socioliberalismo (votantes, huelga decir, que no comulgan con Cañamero.)

La única opción para disputarle el espacio al PSOE era la transversal de Errejón y ésa salió derrotada de la asamblea ciudadana. La mucho más monolítica de Iglesias conduce a Podemos hacia un extremo del espectro de voto, y salvo que el país gire dramáticamente hacia la izquierda de aquí a 2020, la hermosa meta de la «centralidad» será historia. Así que sí: Iglesias se ha hecho fuerte, pero a bordo de un barco que inicia una singladura sin rumbo cierto. Fuerte, a costa de Errejón. Y de Podemos.