¿Hay en este país una pareja que caiga peor? Estoy seguro de que no. Hace poco, en un taller de narrativa, una alumna -médico, por más señas- escribió un relato sobre la infanta Cristina y sus tribulaciones a raíz del «caso Nóos». El relato sólo intentaba meterse en la mente de una mujer que sufría por amor (y por codicia y por soberbia y por torpeza y por muchas cosas más). Pero el resto de participantes en el taller se puso como una furia sólo con oír el nombre de la Infanta. El relato, que conste, no defendía a la Infanta, sino que simplemente se había propuesto tratarla como a un ser humano en vez de un monigote cargado de vicios. Pero no hubo manera: se impuso el desprecio y el odio incontrolable contra ella. Y hace unos cinco años, cuando se destapó el «caso Nóos», estuve en una cena con gente de todo tipo -aunque casi todos pertenecían a la sufrida clase media que trabaja mucho y paga muchos impuestos y llega a duras penas a fin de mes-, y la condena contra la infanta Cristina y su marido fue unánime. Incluso oí palabras muy gruesas en boca de gente por lo general bastante ecuánime. Alguien incluso llegó a mencionar el significado de la palabra Urdangarin en euskera, que no transcribiré aquí por respeto a aquella virtud que las monjas antiguas llamaban recato. Un día, en clase, don Máximo Alomar nos dejó atónitos cuando nos contó que «idiota», en griego antiguo, no significaba lo que todos creíamos, sino «la persona que sólo se ocupa de sus intereses privados». Pues bien, esta pareja en la que se juntan a partes iguales la codicia y la idiotez -y la palabra «idiota» se usa aquí en su sentido etimológico- ha hecho un daño terrible a las instituciones del que quizá nunca nos repondremos. En realidad, ni cien acampadas ni huelgas generales -ni siquiera todo el movimiento del 15M- podría haber conseguido lo que esta pareja ha logrado ella solita con la ayuda de algunos notorios cantamañanas y perdularios. Y tal como están las cosas, el «caso Nóos» ha dejado muy tocada a la monarquía, a la Justicia y a la clase política, aunque en este caso el más culpable sea el PP de Jaume Matas. Y no sólo eso, sino que la misma sentencia que se dictó la semana pasada, que a lo mejor es justa en términos jurídicos, será considerada por mucha gente como una vergonzosa concesión extraída a base de presiones y amenazas. Se mire como se mire, un desastre sin paliativos. Y lo más triste de todo es que esta pareja de idiotas -dicho sea, insisto, en su acepción etimológica- no parece consciente en absoluto del daño que ha causado a los fondos públicos, a la monarquía, a la justicia y al Estado de Derecho. Al final de El gran Gatsby, el narrador nos dice que la pareja de ricachones superficiales y egoístas formada por Tom y Daisy Buchanan no eran más que dos personas desconsideradas «que destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa despreocupación, dejando que otros limpiaran la suciedad que ellos habían dejado». Es difícil encontrar una frase más adecuada para definir la conducta de la pareja formada por la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, esos dos productos del sistema que han acabado siendo los más eficaces antisistema que hemos conocido en muchos años. Y ni siquiera la condena de cárcel -que a muchos les parecerá demasiado leve- podrá recomponer todos los destrozos que estas dos personas desconsideradas han ido dejando allí por donde han pasado. Si alguien se pregunta cómo es posible que hayan llegado a las instituciones unos personajes prácticamente iletrados que alardean de su ignorancia y de su dogmatismo -y que incluso destacarían en Corea del Norte por su fanatismo-, habría que recordarle el estropicio que han causado la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, junto a otros personajes como Bárcenas o Miguel Blesa o el clan de los Pujol. Si a un lado tenemos una especie de cínica cleptocracia que alardea de su codicia y de su deshonestidad, lo más normal, por desgracia, es que la gente acabe inclinándose por quienes dicen representar todo lo contrario, aunque esta gente sea un hatajo de fanáticos indocumentados que sólo saben gobernar a base de propaganda. Tardaremos muchos años en curarnos del daño que ha hecho esta pareja de desaprensivos que se ha estado riendo de todos nosotros y que ha dilapidado un dinero que podría haber servido para hacer la vida más fácil a mucha gente que lo necesitaba. Sí, tardaremos muchos años en recuperarnos, muchos más años de los que pasará en la cárcel Iñaki Urdangarin.