Uno, aunque por edad y por pertinaz entreno bien podría estar próximo a doctorarse en empatía, no acaba de comprender el patio patrio en el que la política y sus variopintos y voluntariosos y entregados padres ejercen, que es el mismo patio desde el que pretenden que los ciudadanos de a pie les aplaudamos por sus desvelos. Y va a ser que no...

Política es un vocablo que hemos lexicalizado para que tome vida propia, alejada de su raíz original. La incorporación del añadido político-a al tema de que se tratare en cada caso le otorga rango y profundidad lexicalizada. Así, lo políticamente correcto, como idea abstracta, en la mayoría de los casos, nada tiene que ver con la raíz primigenia de la palabra, sino que responde a un batiburrillo informe de hábitos que no obedece a lo que debiera ser, sino a lo que a golpe de irresponsable cortoplacismo interesado hemos transformado en norma. Que el mundo mundial patrio hayamos elevado a apotegma la simpleza de que «en política nada es fácil» demuestra que hemos convertido al sistema en la justificación de nuestra propia impericia. Y, lo que es aún peor, es nuestra propia desmaña la que nos empuja a procrastinar una y otra vez en un círculo vicioso sin fin, so pretexto de que no es a nosotros, sino a «otros que vendrán» a los que les corresponderá algún día (?) solucionar nuestro entuerto. Y, mientras tanto, nosotros entortando, que es lo nuestro, para que el círculo vicioso mantenga viva la llama de la torpeza, esa ardiente guardiana que nos mantiene prisioneros de nosotros mismos.

Con recurrencia me pregunto si no será que, ya puestos, también hemos lexicalizado las virtudes cardinales que definiera Platón en La República, hace casi dos mil quinientos años ya. Y cada vez que me ocurre y que me imagino la Justicia, la Prudencia, la Fortaleza y la Templanza lexicalizadas en función de nuestros particulares antojos e intereses, me da taquicardia y asfixia y jindama infinitas. Pero, la verdad, son las veces que más me acerco a comprender los tintes de tendencia involutiva de la política actual. En este sentido, cada vez que veo aparecer a nuestro barbirrucio e inconteniblemente verboso ministro de Justicia, me reafirmo: a base de darle interesada cancha monocorde a determinadas explicaciones singulares, don Rafael terminará lexicalizando el nombre del ministerio del que es titular. Tiempo al tiempo: su exacerbado desparpajo terminará llevándolo a algún incómodo charco que le complicará la vida. Releer a Platón quizá le echaría una mano. ¡Anímese, ministro...! ¡Total, es por su bien!

Por cierto, veintitrés segundos de ardua y concentrada meditación me han bastado para deducir que don Donald no sabe quién fue Platón. Y, usted, generoso lector, se preguntará ¿cómo es posible que casi sesenta y tres millones de almas hayan votado a un individuo que no sabe quién fue Platón? Yo, con certeza, desconozco la respuesta, pero se me ocurre que bien pudiera ser que los casi sesenta y tres millones de votantes que auparon a don Donald desconozcan que hay que leer a Platón para integrar las mayúsculas morales en la Justicia, la Prudencia, la Fortaleza y la Templanza ya que, de otra forma, se tiende a lexicalizaciones ad hoc que terminan desaguando en lo que los franceses llaman «la petite justice, la petite prudence, le petit courage et la petite tempérence, qui mènent à la toute petite politique», que es campo bien abonado para la vesania infinita en la que don Donald busca acomodo.

A los turísticos tampoco nos vendría mal releer a Platón, especialmente ahora que suenan clarines de gloria en el firmamento turístico. El turismo, como la polis, solo es completamente bueno cuando es prudente, fuerte, templado y justo, de tal forma que no quepa lexicalización distinta de la turisticidad en estado puro. ¿Por qué no habría de ser posible lexicalizar las cosas y los casos turistizándolos con la misma naturalidad con la que hogaño los politizamos...? A mí, lo confieso, solo pensar en un país tocado por la turístización verdadera de toda su gente, en el que los legisladores sean políticos cuya turistizada conciencia los mueva a legislar con el turismo como objetivo principal, me pone a cien... La turisticidad, la turistización, lo turistizado... activan mi libido cada vez, sin que pueda controlarla...

Creo que soy un salido turístico... Quizá debiera hacérmelo ver.