Gloria Fuertes hubiera cumplido cien años un mes de estos. No hubiera sido descabellado (hemos visto en los últimos días reportajes sobre mujeres españolas que sobrepasan esa edad) y hubiera sido deseable porque no nos sobran personas que sepan decir las cosas, como era su caso, con tanto desparpajo, ácida amabilidad y hondura existencial. Aunque en la última etapa de su vida alcanzó reconocimiento como poeta para niños, y seguro que eso la hizo feliz, su obra más perdurable es la que escribió para adultos, que nunca tuvo, ni entonces ni ahora, el predicamento que se merece. Habría que analizar las causas de ese relegamiento en favor de sus compañeros de generación varones, algunos de los cuales no le llegaban a la punta del zapato, pero entre ellas no hay que descartar su lesbianismo, un ejemplo de feminidad deplorable en esa sociedad franquista que le tocó sufrir. Gloria Fuertes, que fue, más que poeta social, poeta de la vida y de sus extrarradios, no permitió, al menos en sus poemas, que eso la arredrara y dejó algunos de los textos más hermosos, dentro de esa estética, de nuestro siglo XX.

Gloria Fuertes intentó parar la guerra pero no la dejaron, y entonces le salió una oficina. Eso cuenta en el poema Autobiografía, donde también dice, después de confesar que está más sola que ella misma, que quiere comprarse a plazos una flor natural como las que le dan a Pemán (Pemán era el poeta más laureado del régimen). «No dejan escribir» comienza asegurando que, en el periódico en el que trabaja, podría haber sido la secretaria del jefe pero no ha pasado de mujer de la limpieza, y que ella sabe escribir pero que a las mujeres de su pueblo no las dejan hacerlo. En otro lugar hace una conmovedora declaración de amor: Pienso mesa y digo silla,/ compro pan y me lo dejo,/ lo que aprendo se me olvida,/ lo que pasa es que te quiero. En Poeta de guardia se sorprende de que, habiendo médicos, bomberos o policías de guardia, no haya, para quien lo necesite, poetas de guardia, y enseguida se ofrece entusiasmada a ejercer esa profesión. En Sale caro ser poeta habla de las angustias, los fantasmas, las sombras y los miedos que pasan los poetas cuando intentan sacarse de dentro alguna de sus composiciones mientras el resto del mundo duerme a pierna suelta en sus casas. Poética concluye con estos dos versos: Escribir sobre tu cuerpo/ con los dedos mojados en el vino. Y para terminar esta mínima selección de chispazos me voy a permitir copiar entera una de las nanas más inquietantes y acres de toda la literatura española. Se titula Nana al nene y cuenta esto: Duérmete, gusano, duérmete,/ que los piececitos se te ven./ Duérmete, castaña, duérmete,/ que Luisa ya tiene quinqué./ Duérmete, pingüino, duérmete,/ que tu cama ya tiene dosel./ Duérmete, mi oruga, que dormir/ es inmejorable cicatriz.

Los centenarios casi nunca sirven para nada, excepto para que algunos expertos hagan su agosto de congreso en congreso y de publicación en publicación. Pero este de Gloria Fuertes quizás sirva para rescatar a una escritora sabia, humanísima, a pie de calle, con un gran oído no estragado por sonsonetes demasiado clásicos (enfermedad de decenas de contemporáneos suyos, que se ahogaban en una égloga de Garcilaso y llamaban a eso respirar) y que siempre apunta directa al corazón. Todavía hay en las librerías antologías suyas, como la que publicó en Cátedra con el irónico título de Obras incompletas. Es un consejo.