Si trabajar cansa -como decía Pavese- la indignación no veas. Sobre todo cuando se convierte en un deporte nacional que se practica en un torneo incesante a través de las redes sociales. Como dijo alguien que no recuerdo estamos enfermos de énfasis. Por supuesto un sector importante de las fuerzas y partidos emergentes alimentan este frenesí furibundamente. Saben que hay carnaza. La hay porque la gente se ha empecinado en descubrir que las decisiones de jueces y magistrados pueden ser erróneas, que la administración de justicia no hace justicia satisfactoria inmediatamente, que el sistema judicial no es perfecto, los códigos legales son perfectibles y la realidad no es un perro leal que le coma obedientemente de la mano al ordenamiento legal. Es impresionante que la gente descubra lo que todo el mundo sabe. Se produce entonces una explosión de estupefacciones virales donde cabe absolutamente todo: un conjunto de irritaciones y furias encadenadas que incluyen condenas políticas, ideológicas, dinásticas, personales, anatómicas, salariales, judiciales, indumentarias.

Al pueblo levantado en armas en twitter y facebook la condena a Iñaki Urdangarín y a Diego Torres les parece poco. Si se les advierte de los pormenores de la sentencia, de su razonamiento jurídico y sus argumentos técnicos, pero les da lo mismo. Simplemente se trata de hacer justicia y para muchos la justicia consistiría en el automático ingreso de ambos en prisión y que se pudran ahí durante los próximos veinte años. El analfabetismo judicial no es un argumento que estén dispuestos a admitir los analfabetos. Claro que la sentencia es discutible. Lo más discutible de todo, pero no lo único, es que se permita a Urdangarín que salga del país para regresar a Suiza - donde reside - y que ni siquiera se tenga que trasladar a España para firmar mensualmente en una oficina judicial. Suiza no pertenece a la Unión Europea y - lo que es más interesante - los convenios de colaboración judicial que tiene suscritos con la UE y varios países miembros deben ser renovados (o no) entre 2017 y 2018.

Las tres magistrados que firman la sentencia ni siquiera se molestan en explicar esta generosidad para con un sujeto que consideran un delincuente. Pero la actitud frente a los puntos discutibles de una sentencia - todavía no es firme - no puede consistir en indignación, cabrero, fulminaciones apocalípticas y delirante publicidad sobre un sistema judicial «corrupto hasta la médula» y un país «que solamente es un vertedero vomitivo», por elegir algunas aseveraciones de líderes y cargos públicos de la izquierda irredenta en las últimas horas. Se trata de proponer medidas. De denunciar razonable y desapasionadamente lo discutible de una sentencia. De impulsar reformas legislativas. De aclarar sin dudas, definitivamente, si se prefiere un sistema garantista, con sus lentitudes y su receptividad a los recursos, a un ojo por ojo y diente por diente que transite a toda velocidad desde la detención a la condena.

Indignarse está bien. Durante cinco minutos.