Durante una Semana Santa tuve un accidente de coche. Volvía de fiesta, amanecía y manejaba el volante acompañado de cuatro jóvenes mujeres. Fue lo más cerca que he estado jamás de ser futbolista. El caso evoca a ese poema que siempre comparte Agredano en el Día Mundial de la Poesía. El autor se llama Bengt Cidden Anderson y por supuesto que no sé quién es, y si vosotros sabéis quién es os pido por favor que os vayáis de esta página, que no sois bienvenidos, pero ahí lo clavó el tío. «Cuando el médico», remata a base de versos, «me miró el maltrecho menisco y dijo: típico de futbolista, sentí una cierta alegría a pesar del dolor. Porque había dicho: futbolista».

Lo del accidente, lo de aquel siniestro total sin consecuencias médicas, es algo que me recuerdan en mi pueblo cada vez que subo unos días en Semana Santa. En mi pueblo no terminan de creerse que me haya convertido en un buen padre, y es algo que me molesta porque me desvivo por mis hijos, no existe nada más en el mundo, me preocupo enormemente por los dos, por Teo y por como sea que se llame la otra.

En honor al lugar del accidente, en mi pueblo llaman a aquella curva La curva de Enrique, y la gente se acuerda de mí cuando pasa por allí, igual que yo me acuerdo de otros cuando paso por sus respectivas curvas. Eso es bonito y forja una identidad colectiva que resume el lema de fiestas en las camisetas: «Rodenas, ponemos valor donde otros conocimiento». En mi pueblo sin curva no eres nadie, sin curva ni siquiera es tu pueblo sino el pueblo de tus padres o de tus abuelos, como mucho, sin curva tu estatus en la jerarquía social no pasa de simple y llano forastero.

De la misma manera, para ser considerado futbolista de verdad debes cumplir una serie de requisitos indispensables. Si después de empatar a domicilio no dices que el punto hay que hacerlo bueno en casa, te quitan el carnet de futbolista. Si no dices que no tienes supersticiones sino rutinas, te expulsan de la AFE. Si llega el mes de abril y no dices que cada partido es una final, tus compañeros no te pasan la pelota. Si no te encaras como un macho cabrío amagando una pelea que todo el mundo sabe que no se producirá, en el baile teatral de la tangana, llaman a tus padres para preguntar qué falta de educación es esa.

[Además, lo que hicieron Nasri y Vardy en el Leicester-Sevilla, por ejemplo, pasa mucho en el FIB -Festival Internacional de Benicasin- y suele acabar con abrazos de súper colegas, exaltación de la amistad y compartiendo temita].

Hay que andarse con ojo porque entramos en la fase decisiva de los campeonatos y cualquier despiste puede costar un objetivo. La temporada empieza a ponerse seria cuando te pones el abrigo para ir al campo; y lo definitivo solo comienza cuando te lo quitas y vuelves a ir en manga corta. El resto es folclore, dramita sobreactuado, y conviene saberlo para centrar las energías a partir de ahora. Dime cómo vas vestido y te diré cuánto importa la última derrota encajada.

Ahora ya sí: se viene lo importante, se viene la curva previa a la gran recta. Todo el mundo atento, concentradísimo. El otro día en la sala de prensa, un periodista advirtió al entrenador del Real Madrid: «si a Ramos le sacan tarjeta no podrá jugar el partido de vuelta». «Gracias», contestó Zinedine Zidane, indudable caballero.