Sabías que tiramisú, en italiano, quiere decir comida de dioses?», le mentía el otro día el protagonista de una película a su pretendida conquista. El mejor tiramisú que he probado nunca me lo tomé servido en un vaso de duralex, de esos que todos teníamos en casa de pequeños. Me lo sirvieron tras unos espaguetis «cacio e pepe» que me hicieron delante de mí, fue en un restaurante en Roma que se llama Da Felice justo en el límite del centro de Roma, en la zona conocida como Testaccio. Allí, la última vez que estuve, estaba cenando junto a nuestra mesa Roberto Benigni. Aquel restaurante que nos recomendaron estaba fuera del tradicional circuito para turistas, en las afueras del parque temático que conforma el centro histórico de Roma. Quizá por eso estaba allí el famoso director y actor de la La vida es bella, que por cierto ya ha cumplido veinte años. En Málaga vamos por el mismo camino: un Centro para turistas con su apartamentos turísticos, sus circuitos, sus museos y todos sus puestos de helados, helados de yogurt, helados de polo, helados de conos y helados de hielo. Hay dos soluciones: la primera es clamar a la administración y pedirle que regule algo imposible de regular que son los precios y a qué se dedican los inmuebles; eso es imposible, además de perjudicial a la larga. Pero hay otra solución y es que se potencien otras zonas de las ciudades, crear otros «centros» que equilibren, otras zonas de influencia; que bajar al Centro no sea obligado para cualquier cosa. Crear «centros» en la Carretera de Cádiz, Parque del Norte o en la Zona Este. Málaga tiene varios cuellos de botella en infraestructuras, deficiencias en equipamiento en muchos barrios y sin embargo, hay espacio para crear nuevos centros de influencia, que con inversión pueden permitir que haya una Málaga para los malagueños. Una alternativa es prohibir, la otra desatascar, el caso es que además de la ciudad de los turistas se puede, y se debe, potenciar la Málaga de los malagueños.