on la corrupción tenemos un problema de diagnóstico. Los cercanos a los corruptos, por piedad o por engañarse a sí mismos, hablan de pólipos sueltos aquí y allá, verruguitas o excrecencias benignas que en una colonoscopia se extirpan sin más, se envían a analizar por pura rutina, y vuelva usted dentro de cinco años porque le hemos dejado el intestino limpio, limpio, como un tubo de ensayo. Aquí es que ni siquiera hemos llevado a cabo la colonoscopia.

-No hay síntomas, son casos aislados.

A veces, se renuncia a la exploración porque está todo invadido y no vale la pena provocar más dolor en el cuerpo social. El cuerpo social vive atónito. No comprende que Ignacio González, por ejemplo, con las propiedades que tenía y los millones que apaleaba, consiguiera todavía un par de pisos de protección oficial para sus hijas. Dos pisos de protección oficial para un multimillonario, piénsalo. ¿Y lo de Esperanza Aguirre? Tú ves todos los días a un tipo que con un sueldo de servidor público vive en un palacio, tiene un ático en Marbella y lleva trajes y camisas a medida. Pero no te preguntas nada. Hablamos de una mujer que investigaba todo, que era capaz, casi, de pegar una bofetada, mientras masticaba un chicle, a una enfermera que osaba manifestarse a la puerta de un hospital. La misma Aguirre que calificaba de hijo de puta a un correligionario, que escribía cartas a todos los directores de todos los diarios quejándose de que habían dicho esto o lo otro de ella. Esa mujer que no descansaba ni los domingos, porque permanecía en un estado de vigilancia perpetua, tenía al lado a un tipo como González y no se percataba del olor a putrefacción que salía por su boca.

Hay algo que no cuadra en este caso, como hay algo que no cuadra en el caso del secretario de Estado de Interior, ni en el del fiscal jefe Anticorrupción ni en la Fiscalía del Estado. No cuadran los síntomas con el diagnóstico. Yo, del PP, pediría una segunda opinión, y una tercera si fuera necesario, hasta escuchar algo sensato. No se puede vomitar sangre y decir que aquí no ocurre nada. Una vez conocido el diagnóstico, el tratamiento caería por su propio peso. O por la fuerza de la gravedad.