Anteayer no trabajé para celebrar el Día del Trabajador. Una gran antinomia en estado puro. Celebrar el asunto como lo hacemos es como si celebráramos el día de la boda sin casarnos y la noche de bodas «sin celebrarlo». ¿Se imagina, sufrido lector, la cara de los padres y padrinos de la personilla si al llegar a la iglesia el sacerdote, con cajas destempladas, los increpara con un ¡pero almas de Dios, cómo se les ocurre celebrar un bautizo bautizando a la criatura!? ¿Y la del forastero venido de las afueras de Amberes para celebrar el Día del Melocotón de Periana, que al llegar al pueblo se encontrara con un bando municipal que prohibiera la plantación, compra y consumo de melocotones, precisamente, por ser el día de los melocotoneros? Total, qué son casi cuatro mil trescientos kilómetros entre la ida y la vuelta para un antuerpiense loco de amor por el melocotón perianeño, ¿verdad...?

Bueno, a lo que iba, que antier no trabajé, que dediqué la mañana a pasear por el centro de Málaga y pude constatar que, aunque está costando, parece que vamos cediendo y acostumbrándonos. Las calles estaban llenas de desperdicios de palabras; desperdicios de su propia carne, carne de palabras circuncidadas con fines higiénicos, para economía de las entendederas, dijo la Academia entonces. Los contenedores grises, los de los desechos orgánicos, como consecuencia del puente festivo, rebosaban de tildes que antes eran tan útiles como exigidas, y ahora, como el apéndice vermicular y los dedos meñiques de los pies del homo erectus, son inservibles e inútiles.

Los restos de cada circuncisión eran perfectamente detectables entre los montones de desechos: allí estaban las tildes que antaño lucía todo truhan que se preciara; las que salpicaban a todo guion que presumiera de ello; las de algunos pronombres demostrativos, que, aun circuncidados, siguen brillando en todo su esplendor; los de un adverbio mellizo de un adjetivo que siempre va solo, que antes de ser circuncidado se distinguía de un vistazo y ahora, sin leerlo en su entorno, no es reconocible... La adaptación está costando, pero los nuevos tiempos avanzan, y por mucho que algunos nos declaráramos en rebeldía entonces sin más razón suficiente que la costumbre, más temprano que tarde sucumbiremos al cambio. Como hubieron de sucumbir los detractores cuando la equis se transformó en jota, la pe-hache en efe y la efe en hache, por ejemplo. La razón de Heráclito prevaleció y seguirá haciéndolo: todo fluye, todo cambia, nada permanece... Y eso es lo que hay.

Durante mi paseo, además, pude observar otros desechos, también consecuencia de la afluencia del puente festivo y de nuestro empeño en propiciar nuestra muerte por afectación del éxito turístico mal entendido. Málaga está preciosa, pero eso sí, solo por donde está preciosa. También está impresentable, obviamente, solo por donde está impresentable. Pero la una y la otra están tan cerca que el claroscuro se hace visible a la velocidad del rayo. Durante mi paseo, en tres ocasiones, entre mi toma de consciencia de la hermosura de Málaga y mi reflexión «demasiado rápido lo has pensado» solo mediaron dos calles, en perpendicular, es decir, cuatro minutos, o quizá menos...

Por cierto, hablando de hermosura, se me antoja un oxímoron lo de defender la construcción de un hotel-mamotreto, que según la desproporcionada hipérbole de algunos voceros, viene para convertirse en el símbolo turístico de Málaga, en el más grande fanal nunca visto en este mundo y los otros, en el ónfalo de Málaga, que la señalaría como el gran oráculo malacitano del conocimiento turístico. O sea, que el oráculo de Delfos quedaría en simples ajaspajas frente al nuestro, que sería la rehostia. ¡Marchando otra de invento...!

Que todo fluye y todo cambia es una verdad unívoca, pero el libre albedrío nos fue dado para actuar proactivamente, no para hacerlo reactivamente, que es la costumbre. Las actitudes carcundas y reactivas basadas en la afición provinciana por lo fantascular y espectaculastico, huelgan ya. Las estrategias vendehúmos travestidas de hotel cuyo pastiche de áreas de explotación nos traerá la salvación eterna a todos los malagueños, también.

Fluyamos, cambiemos..., pero naveguemos a favor. Definamos el rumbo en función de los ciclos turísticos y de las capacidades de carga de Málaga en el medio y largo plazo. Prescindamos de monsergas interesadas y de pseucálculos que solo alcanzan la punta de la nariz de unos pocos.