Las explicaciones de cualquier fenómeno son sospechosas, como todo análisis de lo que ya ha ocurrido, pero tampoco es creíble un efecto sin causa. El achicamiento de los partidos en el escenario político no es desde luego separable de una cierta degradación, en la que habría de todo: elitismo, esclerosis, endogamia, arrogancia, corrupción. Sin embargo quizás podríamos llamar impopulismo al factor determinante. Esa especie de empeño en hacer lo que hay que hacer aunque la gente no lo entienda, al que se ha adornado con el rótulo autosatisfecho de «ética de la responsabilidad». Luego sólo falta, para cerrar el círculo vicioso, que haya un discurso tecnocrático, hermético y blindado, en el que se residencie la tal responsabilidad. Así, la pérdida de retroalimentación popular de los partidos estaría en el origen de su achicamiento. Del vacío creado, el populismo sería efecto, no causa.