Así es la vida. Estás tan tranquilo y de pronto te das cuenta de que llevas años sin emplear la palabra perillán. La buscas en el diccionario y sigue allí. Está un poco débil, la musculatura atrofiada, de no usarla. Aunque, si bien se mira, debería ser la nuestra la que estuviera debilitada, nuestra musculatura, ya que somos nosotros los que no la usamos, no ella. La invitamos a salir. A cenar. A tomar un café. Pero es complicado. La palabra perillán no sale así como así en un café. No vas a llegar al bar y decirle a tu amigo, hola perillán. Lo mismo se molesta. O lo mismo es un perillán y entonces se ve descubierto y en la obligación de darte una mascá, término que como adivina el curioso lector no está, digamos, ortodoxamente incorporado al lenguaje culto pero que sirve para designar lo que otros seres más finos y versados, egresados incluso, saben que es en realidad un guantazo o sopapo, una leche, una hostia que dirían en el norte, ahí va la hostia.

La cuestión del perillán es muy seria, siendo no poco importante la pregunta de si nace o se hace. Luego está el perillanismo, que puede ser ilustrado o sin ilustrar. Un perillán es un pícaro, también alguien astuto. Pero el perillán es tendente a no saber lo que significa perillán y como es pícaro intuye que es algo malo y ya la tenemos liada.

En cualquier caso, si bien lo pienso, creer que el perillán no sabe lo que significa perillán es pensar que todos los que lo son son también iletrados. Va a ser que no. Pululan los pícaros por la política y la empresa, las bellas artes y las horrendas artes. Pululan que da gusto y el caso es que se abren paso y prosperan. También hay perillanes llanotes, como el chaval que se te cuela con la bici en el ascensor justo cuando tú ibas a pasar. Y allí te quedas, en el rellano, que es dos veces llano. Estaríamos hablando en este caso, el del vecino, de un perillán biciclista, que ya me gustaría a mi verlo en duelo con un pícaro automovilista o automovilista pícaro. O sea, en un duelo en un paso de cebra como para filmarlo y emitirlo luego por el National Geographic, que es canal socorrido para las largas noches en vela, momento en el que el que suscribe, sin saber por qué está más receptivo a familiarizarse con el mundo animal y natural y con las cuitas que en él acontecen, siendo sorprendentes a veces o previsibles en no pocos casos. Es decir, ves a un antílope bebiendo en un río caudaloso y es que ya sabes que no va a tardar el cocodrilo de turno en asomar y meterle un bocado que haríamos bien en calificar como brutal.

Y conste que no sabemos si es caso de perillanismo, por la parte del cocodrilo, o de inocencia y puerilidad por parte del antílope. Sin descartar que sea exclusivamente un caso de sed. Una sed africana y difícil de combatir. Tanto como para propiciar comportamientos anti natura. Pero así es la vida. Jodida. Sobre todo si eres un antílope (o cebra) en África y el agua más cercana que tienes es la de un río, que vaya usted a saber la de microbios que tiene, y en el que para colmo habitan cocodrilos.

Los cocodrilos tienen el sistema inmunológico más potente del globo. Las heridas se les curan enseguida. Incluso las amputaciones. No hay microbio que les haga daño.

O sea, que los echas en una playa de esas que no tienen la depuración hecha y están plagadas de nata y como si nada, oye. Yo es que creo que incluso tratándose de agua salada y no dulce como que les podría dar igual. Un caso, vaya.