Soy más de gatos que de perros. Alergias aparte. A los perros me gusta verlos en la distancia, de manos de otro. Pero nunca he comulgado con la idea de compartir habitabilidad con ellos. Salvo que uno viviera, por ejemplo, en Falcon Crest, donde hay metros cuadrados de sobra para evitar la injerencia canina en los entornos personales. Lo malo es que la vivienda del español medio no está sobrada de espacios ni de responsabilidades laborales y familiares como para lidiar, además, con todo lo que supone convivir con un perro, es decir, cumplir con sus necesidades. Porque si hablamos de mal cumplir, huelga que siga escribiendo. Sería una estupidez. Hay que estar a la altura, y más allá, del animal que conviva contigo. Hay que hacerlo más que bien. Y es que una mascota, ya sea un hámster ruso, un gato persa o un husky siberiano, es un cargo serio. Dicho lo cual, y una vez posicionado, les saco a colación la noticia que, hace unos días, anunciaba la prensa local a fin de dar a conocer el inicio del periodo voluntario para incorporar los datos del perfil genético de los perros al Registro Municipal de Animales de Compañía. Entre otras motivaciones que justificaban la medida se aludía a la mejora del control de presencia de excrementos en la vía pública. También se argumentaba que dicho registro permitiría localizar al propietario que no recogiera los regalos intestinales que pudiera depositar su can sobre las calles. Y el caso es que, aunque uno quiere tomárselo con seriedad, me brota la risilla floja. Esa que también se presenta, sobre todo, en las situaciones más inoportunas. Velatorios, por ejemplo. Porque aunque ya les he dicho que no soy muy de perros, concibo, respeto y exijo toda la dignidad y adyacentes que merece un animal a niveles de trato, cuidado, limpieza, veterinaria y alimentación. Pero al mismo tiempo, también les reconozco que, cuando la trama comienza a tomar visos de exceso, comienzo a dejar de tomármelo en serio. Y eso, que me da la risilla. Sobre todo en la parte del gasto público y teniendo en cuenta otras carencias municipales. Porque claro, volviendo al tema del registro, parece ser que el Ayuntamiento ha presupuestado una friolera de euros a fin de sufragar el trámite a aquellas personas desempleadas que sean propietarias de perros. Eso de momento. Amén del resto de gastos que estén por venir. Que esa es otra. Porque, digo yo, que si la cosa va de identificar al responsable de los hitos o mojones caninos que florezcan en la rúa, algún cuerpo municipal deberá de ser el encargado de su recogida. Por supuesto, con la debida inversión en medios materiales, al objeto de poder aislar cada muestra en un receptáculo individualizado y debidamente etiquetado. Yo plantearía, incluso, si en el acto de la recogida no sería necesaria la presencia de algún fedatario público para garantizar la zona de comisión y el debido precinto y sellado de la muestra hasta que pudiera depositarse en las debidas estafetas de almacenaje. Ello, evidentemente, garantizándose no sólo la no contaminación con otros restos de similar naturaleza sino también su guarda y debido registro. Porque claro, si se trata de poner multas al dueño incívico que resulte identificado tras el análisis del muestreo depositado por su perro, habrá que dar entrada procedimental a los debidos recursos administrativos contra las mismas y poder alegar, por ejemplo, defectos o fisuras en la debida cadena de custodia de las boñigas. Y si me aprietan, yo daría pie, por ejemplo, a un peritaje en contrario que, del mismo modo, también debería ser sufragado por el Ayuntamiento al colectivo de desempleados. Por aquello de respetar los principios de contradicción e igualdad de defensa entre las partes, todo ello en analogía con las debidas garantías procesales que consagra la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Yo añadiría, además, una corrección y disculpa pública en el Boletín Oficial de la Provincia. También a cargo del erario público, por supuesto. Para el caso de que, al final del proceso, el perro imputado resultase inocente de la cagancia. Por el amor de Dios, háganse cargo. Que todo el mundo, hasta un perro, tiene derecho a rehacer su vida y a empezar de cero.