Ayer celebrábamos en España el Día de la Madre. Fueron incontables los testimonios en el ámbito deportivo, de jugadores, técnicos y hasta comentaristas, acerca de una jornada en la que recordar, o dar fe, de tantas y tantas vivencias en las que progenitoras anónimas fueron determinantes para la consecución de los éxitos de sus descendientes. Triunfos de hombres y mujeres que hoy son referentes para millones de personas, transformados en auténticos héroes.

En el camino hacia ese firmamento hay también jóvenes perlas, diamantes con cada vez menos aristas por pulir, que no sólo han llegado a ser hoy lo que son gracias a sus madres. Aunque habría en algunos casos que abrir el abanico a esas madrinas (muchas veces auténticas hadas) y tías a las que se les debe también la vida.

Basta con recordar el complejo periplo que tuvo que superar el autor del primer tanto malaguista en la goleada de ayer en La Rosaleda. La historia como futbolista del marbellí Javier Ontiveros sería bien diferente sin el papel de esa tía que, después de haber visto cómo a su sobrino se le cerraban definitivamente las puertas del Betis por falta de disciplina, no dudó en prestarse a llevarlo a diario desde Marbella a Málaga para que pudiera entrenar en las filas del club blanquiazul que le había ofrecido un primer contrato profesional.

Ontiveros inscribió anoche una nueva diana en esa hipotética lista donde figuran los tantos más espectaculares en la historia de La Rosaleda y por un momento volví a pensar, como en el partido de esta misma campaña contra el Deportivo, en la matinal de aquel sábado lluvioso, en los mismos protagonistas. En los Casanova, Husillos, Ballesta o Gracia, que le condujeron a la elite. Pero esta vez, en el Día de la Madre, lo que hubiésemos dado por ver la cara de la tía de «Onti», orgullosa de tan ejemplar sobrino.

Hay hijos y sobrinos que no dudan en regalar presentes en un domingo como el de ayer a las mujeres que le dieron la vida. Pero también hay madres que en este día no dudan tampoco en obsequiar a quienes, con alegrías, sonrisas y en ocasiones llantos, les han regalado la vida con su sola existencia.

Ayer también fue protagonista en este sentido la británica Beth Ananda French, de 39 años de edad. Esta nadadora consiguió cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar, tal y como recogieron diarios digitales de medio mundo. No dejaría de ser uno de tantos y tantos retos superados, de no ser por el fin humano que encierra su hazaña.

French añadió ayer a la lista de retos superados el quinto de los siete canales más importantes del mundo. Apenas le quedan dos para cruzarlos todos, como se ha propuesto, en el plazo de apenas un año. La noticia fue divulgada por la Asociación de Cruce a Nado del Estrecho de Gibraltar. La prueba fue superada por esta nadadora «en un día espléndido de viento en calma durante toda su travesía, en la que ha recorrido 15,7 kilómetros».

Beth Amanda French ha conseguido atravesar este mismo año el Canal del Norte (Irlanda-Escocia), el Canal de Catalina (California), el Canal de Molokai (Hawaii), el Estrecho de Cook (Nueva Zelanda) y ahora el Estrecho de Gibraltar, con salida en la isla de las Palomas, en el término gaditano de Tarifa y meta en la costa marroquí de Punta Cires. Apenas 4 horas y 24 minutos le han bastado para sumar esta «antepenúltima hazaña».

Le restan el Canal de Tsugaru en Japón y el Canal de la Mancha (Inglaterra-Francia) para completar el denominado Oceans Seven, que hasta ahora apenas han completado seis personas a lo largo de la historia.

Lo más emocionante de todo este relato es que French por sí misma representa un excepcional caso de superación. Con sólo 10 años desarrolló una enfermedad que la dejó en silla de ruedas durante toda su adolescencia. Pero ni siquiera con ese Síndrome de Fatiga Crónica (SFC) diagnosticado perdió la esperanza de hacer realidad cada uno de los sueños que tenía ante sí.

A base de extraordinarias sesiones de trabajo para poder recuperar la movilidad, de jornadas casi interminables para lograr recuperar toda su entereza mental, Beth Ananda le regaló a su hijo el mejor regalo en el Día de la Madre. «Con este reto, más allá de lo que pueda suponer pasar a la historia de la natación, lo que quiero es demostrarle a mi hijo Dylan, de ocho años, que con esfuerzo y dedicación, logrará cualquier meta». Se da la circunstancia de que al pequeño se le ha diagnosticado Trastorno del procesamiento sensorial y Trastorno del Espectro Autista.