Los «influencers» son los nuevos medios de información del siglo XXI? Esta es la pregunta que se hacían recientemente en unas jornadas organizadas por la Asociación de la Prensa de Madrid. ¿Y cuál es la duda? Claro que no. Si estamos hablando de información, claro que no.

Habría que pensar que «influencer» no tiene nada que ver con la influencia, sino con «a influenza», o sea, con la gripe. Eso son los «influencers»: agentes contagiosos de lo suyo. Trabajan para que se nos peguen las marcas que consumen, cobran por ser alegres portadores de un virus comercial que ha de pasar de un cuerpo a otro sin que haya siquiera conciencia de ello: lo veo, clic, lo quiero, clic, lo tengo, clic. Los sueltan en la selva digital para que muerdan al primero que pase y desaten una pandemia de consumo.

Las redes sociales han convertido «lo viral» en un valor positivo. «Lo viral» es lo bueno, lo que todo el mundo quiere sin lugar a dudas, lo que «me gusta». Antaño era sinónimo de cosa peligrosa, incontrolable, asociada a una enfermedad sin cura. «Lo viral» es la sopa digital en la que nadan y se multiplican los «influencers». La misma sopa de pensamiento acrítico de la que salieron los propagandistas, los profetas, los predicadores; aquellos «influencers» analógicos.

Un periodista tendría que ser otra cosa. Influye con su trabajo, pues contar a la gente lo que está pasando a su alrededor cambia el andar del mundo. Pero la realidad no es, no debería de ser, un contenido patrocinado. Contar honestamente el qué, el quién, el cómo, el cuándo, el dónde y, sobre todo, el por qué, para que luego allá la gente se detenga un rato a leer y pensar y ya ella se vaya haciendo una composición de lugar, es lo contrario de lo que hace un «influencer». El periodismo es la vacuna contra lo viral. Si acaso, un periodista sólo puede permitirse infectar a la gente de realidad, de realismo. Si confundimos a los periodistas con los «influencers» acabaremos en un mundo enfermo de «yoes» donde sólo sabremos decir «like, like».