Mira sin parpadear a quienes inquisitivamente le preguntan. Sereno, como si la sala de vistas no estuviera atestada. Cuando le piden que confirme si sus subordinados y el resto de la familia le llaman «Padrino» responde a los senadores del comité de investigación: - No.

Quizá sea en esa secuencia de El Padrino II cuando la saga cinematográfica dirigida por Coppola -de cuya primera entrega se cumplen 45 años- se convierte en una película de miedo. A partir de ahí todo se oscurece. Hasta los cielos se llenan de nubarrones, por ejemplo, cuando Fredo, hermano del interrogado Michael Corleone, va a salir a pescar en una barquita con su sobrino. Unos minutos antes le ha estado contando al niño que su secreto para que pique un pez en el anzuelo es rezar un Ave María. Resulta terrorífico que, después de que su hermano ordene que el niño se vaya con él a su casa de Nevada para que no vea lo que va a ocurrirle a su tío en el lago, Fredo esté recitando el Ave María en voz alta con la caña echada antes de recibir el disparo del verdugo en la cabeza. Todo tan paradójicamente poético, plomo bajo un cielo plomizo, tan trágico, pero sobre todo tan aterrador?

Si en ese momento alguien le hubiera preguntado al personaje que parecía el bueno, encarnado por Al Pacino, si ha ordenado matar a su hermano, éste, mirando de frente, sin pestañear, sin levantar la voz, habría respondido: No.

A quién creer. El peor favor que les pueden hacer los culpables a los inocentes es declararse inocentes también. A partir de ahí la sospecha de todo te parasita hasta envolverte como la hiedra. Seguro que algún pobre llegó a no comer un día entero porque todos a los que pidió pensaron que mentía o sólo quería la limosna para alcohol o droga como otros pobres que, quizá, terminaron alcohólicos por eso, además de por la derrota moral que conlleva no conseguir desembarazarse de la pobreza (si nos enseñan a creer que trabajar dignifica, tener que pedir te debe de ir destruyendo poco a poco).

Los fiscales anticorrupción del caso Canal Isabel II también parecen sospechar en un escrito enviado al juez para que no deje salir al expresidente madrileño de la cárcel, basado en la investigación que obra en su poder (conversaciones telefónicas incluidas), que el número dos de Interior le chivó a un González que la operación Lezo estaba en marcha. Vi al secretario de Estado en su comparecencia parlamentaria. Llegó incluso a nombrar a sus hijos para avergonzar a los adversarios políticos que parecían insinuar que él, ni más ni menos que un servidor público como él, recibió en el ministerio no sólo torpemente al hermano de Ignacio González, el presunto capo que derramaba, como si fuera agua del canal, millones de dinero público de la Comunidad de Madrid en bolsillos familiares y particulares. A quién creer.

También la beata Ferrusola, de los Pujol de toda la vida, madre superiora de «LA FAMILIA» en Andorra, respondió con histrionismo que no tenía ni cinco cuando le preguntaron por su fortuna. Fue mejor lo de su marido: -¿UDEF? ¿Qué es eso de la UDEF?... Más digno de Coppola.