Me sirves de refugio. La ciudad hierve con la última polémica de salón urbano. Nuestra Málaga, que ya era líquida antes de Bauman y su modernidad líquida. Hablamos de Banderas por lo del lío ése del concurso del edificio del antiguo cine Astoria y tú me resuelves que le estás agradecido por el detalle de haber elegido unos versos tuyos para decorar su casa: «... echarme todo a la espalda y soñar con la alegría».

Con Alcántara se agranda el horizonte y se achican las barcas.

Le pregunto al bueno de López Cohard si le habías contado ya lo de Gerardo Diego y me dice que sí, pero yo te oigo siempre nuevo, proteico, genésico, mientras terminamos el dry para empezar a seguir y que nos traigan de comer. Éste ya no es mi tiempo, te dijo aquel otro poeta que elaboró las antologías que enmarcaron la llamada Generación del 27. El tiempo de cada uno es aquel en el que está viviendo, le llegaste a reconvenir tú. Pues estoy de acuerdo, gracias, te vino a responder Gerardo Diego. Y yo siento que este tiempo sigue siendo el tuyo. Siendo yo más joven que tú casi sólo por edad, mientras comemos, se me clava la certeza de que el tiempo que pasamos en la terraza de El cobertizo, frente a las barcas de la playa de El Palo, aun con algún edificio de por medio, es más tuyo aún que mío.

No sólo te los bebes, te comes los días a mordiscos elegantes, como muerdes la carne que hemos pedido, pasando previamente por la tapa picantita de morcilla granadina y esas dos cucharadas de fideuá de mariscos. No sólo el hígado te ha salido bueno. Te sigue divirtiendo estar con los amigos como lo que más. Y también quejarte, por ejemplo, de que aún no hayan perfeccionado los audífonos y tengas que escuchar sin necesidad lo que se dice en la mesa de enfrente pero no oír del todo bien a tu interlocutor más cercano. Por eso limitas ya el número de personas con las que sentarte a la mesa, para no perderte en la barahúnda de la conversación y ser poco más que uno menos. Haces bien.

Y llegados a esta esquina del artículo cómo escribirle, querido Manolo, unas líneas a Alcántara que le sirvan como un beso, el de un admirador agradecido, si ningún peso gallo lleva más cargadas las alforjas para la poesía, mientras descansa los riñones contra la columna que soporta uno de los ángulos del cuadrilátero de todos los días. Que me golpee Alcántara por el intento, querido Manolo, si quiere, con su uppercut de talento ineludible o con ese jab para mantener la distancia con la vida y así vivir para contarla.

Yo sólo aspiro a vivir para contar que un día Alcántara me perdonó el que una vez quisiera parecer mejor sentándome a su lado, querido Manolo, cuando me dejó entrever en su mirada oceánica el pez de los afectos, aquél que nació como tú en la malagueña calle del Agua, en enero hará 90 años, para deslumbrarnos a quienes soñamos con copiar la inteligencia de tu risa de Bogart mediterráneo. Tú que le conoces bien, querido Manolo, tú que puedes, dile que me disculpe ahora estas líneas y que quedemos otro día para comer?