No se sabe si la propuesta de Mariano Rajoy de refundación del euro responde a una sincera voluntad reformista o simplemente al oportunismo político de alinearse con Macron, el ganador de las elecciones en Francia y hombre de moda. No es la primera vez que el presidente del Gobierno se asoma al tendido para posicionarse en asuntos que en circunstancias normales le producirían cierta pereza, y siempre ha ocurrido precisamente cuando se encuentra en apuros como es el caso. Rajoy necesita desviar la atención de los jueces y de los tribunales que lo sitúan a él y a su partido en el centro de la diana por la interminable secuela de la corrupción.

Pero también es cierto que la moneda única europea, como sostiene el Gobierno, es un proyecto sin acabar pendiente de una unión fiscal que lo certifique. Tampoco es mala idea que los líderes de la UE se decidan de una vez a fortalecer la Unión amenazada por los populismos y nacionalismos que persiguen una vuelta atrás en el tiempo. Dado que los enemigos de las democracias liberales exigen menos Europa para singularizarse en sus territorios fuera de una órbita de control garantista, los gobernantes de los países socios deberían ofrecer un ejemplo más fortalecido de unión. No quieres taza, taza y media.

La gran reconversión del estado del bienestar, el sistema de vida más confortable que existe en el planeta para un pequeño número de habitantes, tienen que hacerla quienes creen en el sistema, no los que intentan destruirlo en gran parte por su conveniencia partidista. Si queremos seguir pensando en la reconstrucción de Roma son los romanos quienes deben llevarla a cabo. Los bárbaros jamás se van a dedicar a ello, lo que pretenden es otra cosa distinta.

Rajoy, en un momento interno delicado, ha sabido arrimar el ascua a la sardina.