Siempre había creído, porque soy de natural crédulo, aunque ejercer el periodismo durante treinta años me haya emponzoñado de escepticismo, que es enfermedad profesional entre los gacetilleros, que lo único capaz de cambiar el pasado es el perdón. Todo lo demás son ganas de entregarse al escamoteo, a la manipulación, a la mentira, esas cosas que nuestras madres y nuestras tías, con toda la razón, nos afeaban tanto.

Hemos sabido en estos días que el presidente de la Asociación Nacional de Editores de Libros y Material de Enseñanza ha reconocido que en su gremio reciben presiones «para ajustar los contenidos de los textos» según determinados decretos autonómicos. Lo que no pasó debe ser contado, según se desprende de semejante confesión, para ir adoctrinando desde la más tierna infancia. Ya se sabe por nuestro refranero: «el arbolito, desde chiquito».

Pocas cosas más terroríficas que esta, transmitir a los críos una historia manipulada con la intención de alcanzar objetivos políticos que, como todos los objetivos políticos, tienen sus intereses, algunas veces confesables, otras no tanto.

Al cabo, estas cosas sirven para poner de manifiesto, una vez más, lo evidente, la necesidad de que la enseñanza que reciben todos los escolares de un país sea exactamente la misma con independencia del lugar donde se encuentren. No parece muy lógico ni muy serio que un niño de Oviedo y otro de Málaga sepan sumar de la misma manera pero aprendan geografías distintas. Que un chaval en Cataluña se vea obligado a estudiar y pasar examen sobre «planteamientos ideológicos partidistas y tendenciosos», según un informe emitido por un sindicato de profesores.

Aristóteles, en su poética, defendía que la poesía, que aquí se puede entender como sinónimo de literatura, era superior a la historia porque, mientras esta se ocupa de lo que ocurrió, aquella se ocupa de lo que pudo haber ocurrido, que es mucho más interesante. Pero en estos treinta años de profesión no me he cruzado nunca con un consejero de Educación que tuviera un marcado perfil aristotélico, más bien, la mayoría de las veces, todo lo contrario.

Está muy feo eso de ir por ahí manipulando la Historia, cambiando los sucesos, inventándose lo que no pasó porque nos viene extraordinariamente bien que las cosas hubieran sido de otro modo al que en realidad fueron, y eso asienta nuestra poltrona.

Deberíamos dejar en paz a los niños, al menos durante ese poco tiempo que dura la alegría de estar aquí sin estar del todo. No parece tan difícil. A veces, basta con hacer como hace el mar para crear los continentes, retirarse.