El pasado mes de abril cumplí veinte años de militancia en el PSOE. Por aquel entonces, el partido con más historia del espectro político español acababa de perder, después de catorce años en el poder el gobierno del país y venía de una cruenta batalla entre guerristas y renovadores. Era la cultura de un partido que había transformado España, pero que llevaba un tiempo en la endogamia. Los jóvenes aprendimos por mimesis aquellos años en unas juventudes que primaba más la cuita interna que el debate de las ideas. Fue cuando conocí a Susana. Aunque desde siempre me sorprendió la firmeza y valentía en sus planteamientos, visiones opuestas o más bien trincheras enfrentadas me obstaculizaron para reconocer su enorme capacidad política. Fueron también unos años muy difíciles, totalmente comparables al momento actual, donde la ausencia del liderazgo de Felipe nos había dejado huérfanos y el proyecto socialista parecía agotado. En estos veinte años, solo he tenido responsabilidad orgánica en el PSOE durante cuatro (2000-2004) en la ejecutiva provincial de Málaga y no he desempeñado ejercicio en cargo público; solo labores de apoyo y organización en mi Agrupación local. Por tanto, mi visión es la de un militante de base.

Susana heredó el partido en Andalucía con una fuerte división entre partidarios de Griñán y Chaves y pronto supo aunar voluntades, recuperando la unidad del partido y volviendo a ganar holgadamente las elecciones andaluzas; ya con la presión de los partidos emergentes en liza. A pesar del ahogo presupuestario del Gobierno central con Andalucía, ha sabido defender los servicios públicos en nuestra tierra del ataque de los mercados y ha impulsado una clara vinculación de Andalucía con el sector empresarial y productivo del país; haciendo que estos inviertan recursos y esfuerzos para seguir superando nuestra brecha histórica. Susana representa el liderazgo de la izquierda transformadora en España. La izquierda que ha sabido confluir durante décadas los destinos de millones de ciudadanos, fortaleciendo un sistema de protección que garantice la cohesión social, pero a su vez, desarrolle la capacidad productiva y emprendedora de su tejido empresarial; impulsado gracias a la inversión en ciencia, investigación e infraestructuras. En definitiva, la izquierda que ha modernizado cultural y socialmente España. Susana tiene arrojo, determinación y ambición para seguir transformando nuestro país. A menudo la imagino en la sala de máquinas de la Unión Europea como diría Felipe, haciendo más grande y solidario el continente y defendiendo con ahínco y una sonrisa, los intereses de España en el Consejo de Estado. Pero estas cualidades antes descritas se presuponen positivas en el mundo de los hombres, pero totalmente desfavorables en la imagen que aún tenemos de las mujeres. Nadie piensa en la ambición de poder, en la fuerza y arrojo del resto de candidatos como algo negativo, pero si se presupone así cuando hablamos de ella. Aún seguimos pensando involuntariamente que deben ser dóciles, generosas y sin más aspiraciones que las que les asignen por decisión un selecto grupo de hombres.

Es hora de vencer el estereotipo y apostar claramente por una mujer que ha sabido ser coherente en todo momento con los valores de la socialdemocracia, que tiene valentía y decisión, para aún saliendo de su zona de confort, defender lo mejor de este partido con la ilusión de un tiempo nuevo. Estuve en Madrid el día de su presentación y hacía mucho que nadie me levantaba del asiento con la garra, la ilusión y energía del mejor PSOE. Por eso mi voto, con una sonrisa, sin rencor y con la voluntad de construir una sociedad aún mejor va para ti Susana. Suerte y a ganar.