La silicona es un gran invento, pero no sirve para todo. Envejece muy mal, por ejemplo, en el ángulo que forma el borde de la bañera con la pared. Y resulta difícil de aplicar, pese a las pistolas fabricadas para ese fin. Y pega fatal. Todo lo que he pegado con silicona, tarde o temprano, se ha venido abajo. Sin embargo, parece que funciona bien como materia prima para la fabricación de prótesis, de implantes mamarios y de moldes para flanes. Está compuesta por átomos de silicio y oxígeno, aunque no sabríamos decir cómo logran unirlos. El caso es que se encuentra en todas partes, como una especie de acero inverso con el que, cuando se seca, jugamos compulsivamente como el que juega con sus mocos, ya que tiene algo de materia orgánica.

-¿Y qué hacemos con esta ranura? -le pregunto al operario que me ha reformado la cocina.

-La tapamos con silicona.

-¿Y cuándo envejezca? -le pregunto.

-Te morirás tú antes de que ella envejezca.

No es cierto. Sé que cuando la silicona se deshidrata, pierde volumen y se agrieta. Además, es un caldo de cultivo excelente para toda clase de hongos. Le tengo desconfianza, ¿qué le vamos a hacer? El operario me asegura que no hay, para las junturas, alternativa a este polímero inorgánico que tiene, sin embargo, la consistencia de muchas de nuestras vísceras.

-¿Sabes cuántos tornillos se habrían ahorrado si cuando se construyó la Torre Eiffel hubiera existido ya la silicona.

La imagen de una Torre Eiffel pegada con silicona me pone los pelos de punta.

-No digas tonterías -le digo.

-Como quieras -dice él-. Si lo prefieres rellenamos todas las junturas con masilla.

¡Dios mío, la masilla! Si nombre me ha traído un recuerdo olfativo. Hace años que no sé de ella, pero recuerdo lo bien que se aplicaba y se alisaba luego con la yema del dedo. La masilla era una silicona sin pretensiones. Le digo que sí, que prefiero que utilice masilla y dice que estoy loco.

-Aunque yo la utilizo mucho en mi casa -concluye.