No habría hecho falta la agudeza israelí. Ni la CIA, ni la KGB, ni los jefes de seguridad del antiguo Continente, quienes dicho sea de paso, me sorprendieron en mi adolescencia tratando de ratonear una cinta de Guns and Roses dentro de un paquete de cereales, con el paseíllo y la humillación posterior, todavía más exclamativa por ser de pueblo, por sus concomitancias tipo Auschwitz. Decía que nadie hubiese reclamado. La inteligencia está para otras cosas. Para la sospecha que crece más allá de la hora siniestra, del truco del hampa, de la criminalidad obtusa, de corte carcelario. Cualquier guión hubiera pecado de la indigencia narrativa de lo obvio; sería poco verosímil, material acartonado, simplón, caricatura de telenovela. Sin embargo, ahí está. Desafiando las leyes no escritas de la ficción. Haciendo que este asunto de los misales, de los sms raspe como un nido de astillas toda comedia posible de guante blanco: de la teoría de la conspiración hemos pasado de repente a la candidez, a un tipo de imaginación elegante, bien amueblada para el crimen por los trapecios de la literatura y de las series. España es más de fábula tabernaria y franquista. De un tipo de latrocinio hortera y con gota, de los que se fugan con cocos y taparrabos y con la secretaria. Ahí se impone el imperativo kantiano. La exigencia de estilo, de un buen ejercicio de prosa. Si hay algo que une a los Pujol con los González, más allá del gusto decimonónico por enriquecerse, es la ausencia total de finura, de retórica. Incluso de la retórica más elemental, la que arroja palabras e indulgencias para soportar el pacto de irse sin mucho sufrimiento a la cama; Pujol, Ferrusola, González, son ladrones de brocha gorda. Gente que ni siquiera se entretiene frente al espejo, plenamente consciente del delito, sin mujeres de vacaciones en Mallorca y leyendo el Pronto. Robaban, enmascaraban, customizaban su propio edificio mafioso y, mientras tanto, lejos de buscar absolución seguían a su rollo: el uno dando coces contra España, el otro que si el país se rompe por Podemos. Besando manos, inaugurando centros, hablando con pose romántica entre los militantes. Cuál sería la estrategia íntima, los narcóticos, las palabras escogidas entre los suyos, los consabidos, para justificar el tiro en la nuca sobre la base cívica y la responsabilidad del dinero de todos. Acaso una interpretación de la vida en la selva mastodóntica, un delirio de grandeza retroalimentado que les haría sentirse acreedores de lo público, prohombres a los que el populacho les debe siempre más, ya sea por la grajea del 3 por ciento o de los sobres. Chicago tenía Al Capone. Nosotros a Rato, a Pujol, a González. Misales, atraques en Ibiza, mucho senys, sé fuerte. Patriotismo bicolor, principio de estelada. Impartiendo lecciones. Sin la prudencia siquiera de cerrar la boca, de taponar el juego obsceno de la jactancia.