Aunque parezca una guarrada, la costumbre de comerse los mocos es extremadamente beneficiosa para la salud. Tal sostienen, al menos, los investigadores del National Center for Biotechnology Information, con sede en Canadá, que atribuyen a ese extendido hábito grandes beneficios para la prevención de caries dentales y úlceras de estómago. Lo que no es moco de pavo, precisamente.

Habrá quien encuentre chocante esta clase de estudios, pero quizá se trate de un prejuicio. La ciencia no tiene por qué ser aburrida.

Al descubrimiento de las propiedades salutíferas de los mocos hay que agregar muchos otros hallazgos anteriores. El British Medical Journal, por ejemplo, publicó años atrás un estudio en el que dejaba claramente establecido que un buen apretón de manos ayuda a llegar a viejo. Concluían los investigadores que la tasa de mortalidad entre los que dan la mano con blandura es un 67 por ciento mayor que la de aquellos otros que la estrechan con fuerza.

Saludar enérgicamente y comerse los mocos son actividades saludables desde el punto de vista científico; pero aún hay más. El antes mentado British Medical concluía también que las personas mayores «con mayor capacidad física» tienden a vivir más años, de lo que parece deducirse que la gente enferma muere antes que la sana. Bien está, en todo caso, que la ciencia lo certifique; aunque siempre quedará quien disfrute de una mala salud de hierro durante toda su vida.

No menos revelador fue el estudio publicado en su día por la multinacional Pzifer en el que se revelaba que la salud de los europeos sufre un mayor deterioro durante los ocho últimos años de su existencia. No digamos ya en la última semana.

Otra investigación desarrollada en este caso por científicos norteamericanos dio también la clave sobre los problemas vinculados a la reproducción. El estudio demostraba estadísticamente que «la práctica frecuente del sexo aumenta las posibilidades de embarazo». Mejor aún que eso, los expertos dedujeron que el número de «adolescentes» preñadas baja de modo sustancial «a partir de los 25 años». Se conoce que las fronteras de la adolescencia son más laxas en Estados Unidos que en el resto del mundo, aunque nunca se sabe.

Menos fríos de lo que los pinta el tópico, algunos científicos decidieron averiguar también cuál es la influencia del dinero sobre el bienestar general del individuo y, por tanto, sobre su salud. Así fue como la Universidad de Pensilvania dedicó una partida de investigación para dilucidar si el dinero da o no la felicidad. Lógicamente, llegaron a la conclusión de que una primitiva o un buen pelotazo inmobiliario dejan a la gente más satisfecha de lo que estaba antes. Y sin necesidad de preguntarle siquiera a los millonarios, que son los que de verdad saben de esto.

Ya metidos en cuestiones de ciencia recreativa, los franceses del Institut National de la Statistique et des Études Économiques emprendieron un estudio de atracción sexual para deducir, irrefutablemente, que los hombres altos gustan más a las señoras que los bajitos. Quién lo hubiera sospechado.

Faltaba tan sólo el descubrimiento de que el hábito de comerse los mocos -tenido hasta ahora por antihigiénico- es en realidad una fuente de salud y prevención de las caries. Y ya no los han dicho desde Canadá. Fuera complejos.