Tras varias jornadas intentando hablar con un colega (y sin embargo amigo), me llama él alborozado, rebosando aún la felicidad de los últimos días. Me pregunto por el destino turístico de escapada capaz de provocar un estado así, cuando me dice que se le había muerto el móvil y acababan de darle el nuevo. Leo lo que dice en Cannes Al Gore, exvicepresidente USA, sobre el placer único de ver una película con los móviles apagados. Me entero del nuevo gusto por los llamados ´móviles tontos´, que sólo sirven para hablar. El fenómeno parece una tendencia imparable, y de inmediato desconfío de ella. Me digo que cuando la ultraconectividad está al alcance de todos, de forma automática las elites le dan la espalda. Si ya no hay modo de diferenciarse con la última tecnología, renunciemos a ella. Lo que siempre me hace sospechar del que apostata de una fe es que primero la abrazó con fervor.