Si todos los ingleses son James Bond, ni todos los españoles Curro Jiménez. Pero cría fama y échate a dormir. A poco que un español se tope con alguien sin mucho mundo, cuesta desprenderse del sambenito de los toros y del «arsa que toma y olé», que escribió Antonio Burgos y cantaba Carlos Cano. O el de la España de charanga y pandereta, que decía Machado. Como si el folclore andaluz limitara al sur con el Mediterráneo y al norte con los Pirineos. Si fuera así, dicho sea de paso, otro gallo hubiera cantado hace unos días en torno a los políticamente pretendidos y truncados fastos de Triana. No sé si me entienden, o yo me explico. Pero eso es otro tema. La cuestión es que el halo de caballerosidad y elegancia, la imagen del gentleman, que parece envolver todo lo inglés, tiene también su alter ego. Un lado oscuro que toma forma de estafa llevada a cabo en nuestro territorio y que ha puesto en jaque a toda la hostelería de España. Me refiero con ello a la ya consabida costumbre que se ha puesto tan de moda entre el turismo anglosajón y que viene alentada y amparada por abogados ingleses. A veces, instalados incluso en furgonetas que funcionan a modo de oficinas móviles. Abogados piratas, dice la prensa, aunque imagino que el término no les dolerá demasiado a muchos británicos. Porque todo depende de quién lo diga. Si no recuerdo mal, el mismísimo Francis Drake era considerado pirata por parte de las autoridades españolas mientras que en Inglaterra era tratado de caballero por la mismísima Isabel I. El caso es que estos abogados piratas, volviendo a nuestro siglo, se plantan aquí a pecho descubierto, en las puertas de los hoteles, para ir a la caza y captura de los turistas de su bandera. Vacaciones gratis, les proponen. Todo muy fácil. Basta con la mera denuncia, real o no, de una intoxicación alimentaria contagiada en el complejo hotelero. En ocasiones, hay quien adjunta la factura de algún medicamento al uso comprado en las farmacias cercanas. Cualquier fármaco libre contra la diarrea, vaya. No es que sea necesario, el timo está funcionando sin ella, pero algunos lo hacen porque, en este estado de cosas, la risa se les va notando demasiado. Por darle algo de cuerpo documental al chanchullo. Y como resulta que en el amplio arco de lo inglés nos movemos en el espectro que abarca desde los lores británicos a los hoolligans, pues hay gente que está aceptando. No todo es marca registrada de la casa, como ven. La cosa es que, al final, al hotel hispano le llega una reclamación judicial desde la Gran Bretaña y claro, le es preferible pagar la indemnización a meterse en pleitos y demás fanfarrias en territorio inglés. Y el resultado es que el hotel español suelta los cuartos, al hooligan le sale gratis el veraneo y el pirata se lleva su comisión. Todo ello con fundamento en el excesivo respaldo que la legislación británica concede al consumidor y en la premisa de la presunción de culpabilidad. Pues bien, lo que al principio comenzó como una racha de casos puntuales, hoy es pandemia. Y contra eso, y habiendo tantas aguas de por medio, ¿cómo puede luchar uno? Porque en realidad, lo curioso es que, independientemente de cómo fluyan las reuniones con el embajador británico y de los llantos ante la Secretaría de Estado de Turismo, la situación actual exige medidas inmediatas que ya están tomando los hoteles y por las que probablemente pagarán muchos justos. Porque, verdaderamente, el asunto canta, como dicen en el gremio. Es realmente curioso que, de todo un salón comedor donde los comensales almuerzan lo mismo, únicamente enferme el estómago de los ingleses. Como si de un virus seleccionador de nacionalidades se tratara. En cualquier caso, entiendan esto como un varapalo a los piratas y no a su nación. Porque, en definitiva y a pesar de todo, yo soy de la opinión de Hugh Grant como primer ministro británico en Love Actually: Gran Bretaña es un gran país. El país de Shakespeare, Churchill, los Beatles, Sean Connery, Harry Potter, del pie derecho de Beckham y, ya puestos, también del izquierdo.