Si se puede no siempre se debe. Tampoco en los casos en que la legalidad permite o no castiga la trampa. Precisamente la ética y no la legalidad, lo que se debe hacer y no lo que se puede, es el problema del fiscal anticorrupción en este momento de lo publicado. Pero ya saben que entre la opinión pública y la publicada se agranda el abismo, aunque la publicada pretenda convertirse en la opinión de quienes la leen o escuchan. Un abismo al que quizá no se refería Bertrand Russel, su pensamiento era más filosófico, cuando remedando el salmo bíblico recordaba aquello de: el abismo llama al abismo. Pero olvidemos el truco de la pinturilla cultureta para embellecer el artículo y vayamos al meollo de la cuestión.

Hay cosas que no están bien aunque sean legales. Por ahí va también la consabida diatriba entre las responsabilidades políticas y las jurídicas. Responsabilidades que se suelen exigir con facilidad al adversario pero no se suelen asumir o se asumen con extrema dificultad cuando es el adversario el que las exige. Ya. «La humanidad tiene una moral doble: una que predica y no practica, y otra que practica y no predica», dejó dicho también el Premio Nobel británico.

La insistencia en las declaraciones exculpatorias de políticos de todo signo, amparándose en los votos obtenidos para no asumir responsabilidades éticas, terminaría con convertir nuestra democracia, eternamente incipiente aunque no lo sea, en un remedo bananero. Pero uno ya no sabe hasta dónde importa o no a una gran parte de la ciudadanía con derecho a voto la ética íntima y la apariencia de honradez de sus políticos. Al menos la prensa la señala, aún con todos sus defectos e intereses. Que unos medios señalen más a unos que a los otros y que otros medios critiquen más los comportamientos de los otros que los de los unos ya poco importa. Es lo que hay. El hecho es que por intención o profesión hay comportamientos antiestéticos a los que se les aplica el altavoz y la lupa. La fiscalía empieza a ser pasto de esa escandalera. Y este país ni puede ni debe permitirse esa pérdida de prestigio y de aparente solvencia e independencia en una de las instituciones del tercer poder.

Sea con interés partidista o editorial la lupa está puesta y el altavoz suena. Es un medio que justifica el fin en democracia, siempre que lo que publique no sea falso. Si Moix ya estaba expuesto por su poco comprensible actuación en la detención de Ignacio González (pese a las explicaciones con sangre de horchata y sonrisa congelada del propio Moix y de su jefe, José Manuel Maza), las revelaciones documentadas sobre su participación por herencia paterna en una sociedad off shore de Panamá, le han achicharrado la firma. Para colmo, Panamá es la más en candelero de las ubicaciones posibles donde tener una de esas sociedades para evadir impuestos que la fiscalía persigue.

El problema ya es que poco consuela saber que Moix se reúne con Maza para explicarle su inocencia. «La historia del mundo es la suma de aquello que podría haberse evitado», decía también Russel€