Un Estado se puede montar como un mueble de Ikea. Basta con disponer de las piezas, los tornillos y -sobre todo- el catálogo de instrucciones y agravios para armar en un par de horas una buena nación soberana en el domicilio del interesado. La propia multinacional escandinava bromeó sobre el asunto en un famoso sketch publicitario bajo el lema: «Bienvenido a la república independiente de tu casa». Hubo quien se tomó en serio la proclama, y ahora anda el país en discusiones sobre cuándo y cómo se producirá la secesión de los condados de Cataluña. El proceso ha entrado en fase epistolar con la correspondencia que mantienen el presidente Mariano Rajoy y su homólogo catalán Carles Puigdemont. En tiempos del e-mail y de WhatsApp, la carta por correo ordinario es una antigualla; pero quizá también lo sea el tema del que escriben los dos políticos. No se trata solo de que los estados estén perdiendo su poderío antañón. Es que la independencia resulta a estas alturas un imposible metafísico, como bien advirtió Urkullu. El presidente vasco hacía notar que más de un 80% de la legislación de los países europeos la dicta la UE. Los estados teóricamente soberanos se limitan a hacer los deberes. España, un suponer, es un reino formalmente independiente en el que se habla spanglish, se celebran primarias a la moda de Wisconsin, no se ve otra cosa que series americanas en la tele y la población va correctamente uniformada con vaqueros. Por otra parte, la moneda del país la emite un banco con sede en Frankfurt y las medidas de política financiera se deciden en Berlín, aunque sea el Gobierno de Madrid el encargado de ejecutarlas. Sobra decir que la marcha de las Bolsas depende de cómo le vayan las finanzas a la lejana China. Y que las tareas de defensa de España se delegan en una organización como la OTAN. Ni siquiera los Estados Unidos pueden hacer lo que les dé la gana. Donald Trump creyó ingenuamente que sí podía; pero bastaron apenas dos meses para que cayese en la cuenta de que las cosas no son como las presentan en los anuncios y en las películas. «No pensé que sería tan difícil», confesó. Nada de eso ha disuadido, sin embargo, a los independentistas catalanes del empeño de construir la república independiente de su casa. Rajoy les ha dicho que no. No parece razonable que la disolución de un Estado la negocien un registrador y un exalcalde de Girona. Puigdemont cree que sí: y es tanta su confianza que aún está convencido, contra toda evidencia, de que existen los estados ´independientes´. Rajoy se hace el sueco, aunque quizá no baste. Hay que ver la que ha liado Ikea, sin pretenderlo, con su anuncio.