El principal aliciente deportivo del pasado fin de semana fue comprobar si Fernando Alonso pudiera haber superado en el circuito norteamericano de Indianápolis el mal fario que le persigue en la competición de automóviles que conocemos bajo el nombre de Fórmula 1. El piloto español había renunciado a correr en el Gran Premio de Montecarlo para hacerlo como aspirante a ganar la famosa competición de las 500 millas. Una opción arriesgada porque las características del circuito (un óvalo rodeado por un muro de cemento que propició no pocos accidentes a lo largo de su historia), hacen difícil la adaptación a los pilotos que lo intentan por primera vez. Y además de esa dificultad, hay que contar con las numerosas interrupciones provocadas por accidentes o por la lluvia, que obligan a parar la carrera y, por tanto, afectan al ritmo de la competición. Alonso sabía todo eso, pero prefirió arriesgar y de esa forma despejar, de una vez por todas, la duda de si los sucesivos fracasos que le aquejan desde hace unos años deben de ser atribuidos a la mala suerte, a la baja forma, o a un posible mal influjo de procedencia desconocida. Y el caso es que, el enigma en vez de aclararse se espesa, porque faltando veintiuna vueltas para el final de la carrera el motor de su automóvil se rompió y Alonso, que había comandado el grupo de participantes, hubo de abandonar. Desde que, siendo muy joven, ganó en 2005 y 2006 dos campeonatos del Mundo corriendo con la escudería de Renault, toda la crítica deportiva pronosticó que estábamos en presencia de un largo reinado automovilístico parecido a los que habían protagonizado el argentino Juan Manuel Fangio en la década del 50 o el alemán Michael Shumacher en el comienzo del segundo milenio. Una impresión que se reforzó cuando en el año 2007 el piloto asturiano firmó contrato con McLaren- Mercedes a la búsqueda de un automóvil que estuviese a la altura de sus inmensas posibilidades. La presentación de la nueva maravilla mecánica se hizo en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, que entonces era la capital de la corte de los milagros, y constituyó un acontecimiento político y social. Tanto que, algunos medios vieron en la asociación de imágenes entre el edificio diseñado por Calatrava y el nuevo bólido de Fernando Alonso un símbolo del éxito imparable de la nueva Venecia que estábamos construyendo a este lado del Mediterráneo. Sea lo que fuere (los malos influjos son casi imposibles de detectar en sus inicios) lo cierto es que a partir de ese momento la carrera de Fernando Alonso se ha visto gravemente afectada por un cúmulo de desgracias. Y sus cambios de escudería ( Renault otra vez, Ferrari, y ahora McLaren) no responden a las expectativas creadas. El día que no fallan la caja de cambio, los propulsores o la transmisión, lo hacen los alerones, el chasis, los tapacubos o cualquier otra parte de los mil y un elementos que formar parte de esa máquina sofisticada que es un coche de carreras. Y dado que el problema de fondo no parece residir en la ingeniería ni en la habilidad (muy contrastada) del piloto habrá que recurrir a otros remedios. Por ejemplo, «pasar el agua».