Con la llegada del terral, Málaga recupera su propia idiosincrasia y se vertebra para acoger a un verano incipiente el cual nos define en identidad, carácter y modus vivendi. El cambio de dirección del viento hace que el levante nos ampare estas próximas jornadas y atempere los cuerpos y las mentes; acción ésta, la de mitigar, no coincidente con el 54,3% de la población española, la cual considera la corrupción como la sustancial contrariedad de este país, tan sólo pospuesta por el paro, según recoge el barómetro de mayo del Centro de Investigaciones Sociológicas. Este registro es el cuarto más alto de la serie histórica del CIS, tras los casos relacionados -Operación Lezo- con las aguas viciadas del Canal de Isabel II.

Frente a la deplorable e infame corrupción y las altas temperaturas internas que nos provoca, nos refugiamos de estos estragos tan torvos con el sosiego hallado bajo la sombra enriquecida de un libro. La plaza de la Merced -haciendo un paréntesis más amable al realizado con el futuro proyecto Astoria de las últimas datas- alberga esta semana la 47 Feria del Libro, un enclave, a mi parecer, muy idóneo para lograr el reto tan atractivo como necesario de esta nueva edición: reintegrar los libros a su lugar predominante en nuestra subsistencia.

De los libros hay mucho que seguir diciendo. En una sociedad actual cautiva e intoxicada por unas redes sociales mal proyectadas, el libro supone ir alimentando el hábito de la lectura; esto es, el cimentar un cobijo contra casi todos los infortunios de la existencia. Leer es llenar los vacíos que la vida te va horadando, ampliando la experiencia e iluminando moralmente nuestro devenir. Ya saben, tienen una cita con su próxima aventura en la plaza de la Merced. A disfrutarla.