El tiempo es uno de los bienes mejor repartidos y peor asimilados por el hombre, desde que el hombre es hombre. Los niños somos niños, esencialmente, porque nuestro tiempo acumulado es poco y nuestro tiempo por acumular es mucho. Y ocurre que, a medida que nos alejamos de la niñez, el reparto se invierte hasta que el tiempo acumulado resulta mayor que el tiempo por acumular. Durante la primera etapa, nuestra existencia se manifiesta en exultante cuarto creciente, porque todo está por llegar: el pelo, el bello, los dientes, la estatura, la mala leche... Después, como parte del guión, la Naturaleza desacelera, y el pelo, el bello, los dientes, la estatura... entran en cabizbajo cuarto menguante, pero la mala leche, no... Curioso, esto.

Como curioso es que los niños queramos dejar de serlo a toda velocidad y los mayores huyamos de serlo a toda costa. Qué malgasto experiencial es lo de pasar la primera parte de nuestra existencia aspirando a un estado del que, al llegar, queremos escapar echando leches. Quizá sea el momento de proponerle a nuestro ministro de Educación, Cultura y Deportes que impulse el agibílibus como asignatura obligatoria que fomente la habilidad y el ingenio para desenvolvernos en la vida. Total, agibílibus, en esencia, lo que significa es eso...

Si malo es el desgaste por el roce con la vida, peores son los garabatos intelectuales y emocionales que hacemos con ella cuando tratamos de comprenderla a nuestra manera, que, casualmente, es la manera personal e intransferible de cada uno. Y si, además, esa manera a la que me refiero tiene aspiraciones políticas, mejor correr, que esas aspiraciones siempre dan bula y rienda suelta al perillán Lazarillo de Tormes que llevan dentro. Y ya se sabe...

Lamentablemente, los desgastes por el roce con la vida, y los garabatos, no son exclusivos de nuestra vida privada, sino que tienen sus avatares en la vida social y profesional de cada cual. ¡¿Cuánto desgaste profesional no llevaremos los profesionales turísticos en nuestros cuerpecitos serranos, por los huracanados vientos turísticos que han soplado a lo largo de nuestra historia...?!

Y de los vientos alisios, qué...? Pues, eso, que también sufrimos desgaste, porque a nosotros los alisios nos avientan el instinto de crecer y multiplicarnos turísticamente sin medida. Y, claro, pasa lo que pasa... A veces, hasta fuimos capaces de demostrar cómo se cambiaba el frondoso jardín tropical de un hotel por un anexo bunkerizado de cemento, antes de que el cura más veloz del Universo tuviera tiempo de persignarse. ¡Y si la cosa hubiera quedado solo en eso...! Pero, qué va, ya entonces -como ahora- gustábamos de explicarnos mediante paralogismos disfrazados de sesudos argumentos científicos, que vez tras vez nos servían de clavo ardiendo para justificar nuestra próxima torpeza, que siempre llegaba... O sea, garabatos.

Las instituciones turísticas, desgraciadamente, tampoco escapan al desgaste y al garabateo. Y no se trata de que la vida institucional las desgaste o de que las instituciones, intrínsecamente, tengan capacidades garabateras. Se trata, exclusivamente, de la efectividad y eficiencia profesional que su Estado Mayor les transfunde. Por ejemplo, tener la sensación de que la Empresa para la Gestión del Turismo y del Deporte de Andalucía no termina de reencontrarse con la chispa de la imaginación profesional desde hace años, no es manifestar desacuerdo con el ente, que es una razón abstracta, ni con la tropa que ejecuta las estrategias a base de circunvalar el mundo 200 veces en una década, según expresó el consejero Fernández Hernández en la presentación de la nueva campaña institucional de Andalucía. Se trata de su Estado Mayor.

El erre que erre de la filosofía promocional de los últimos bastantes años sigue esencialmente inmutable. Innovación cero. El mensaje de campaña no está mal, pero... ¿Innova? La estrategia emocional está claro que es la adecuada, pero ojito con el riesgo que conllevan algunas ´cosillas´ susceptibles de despertar emociones como la decepción, el asco, el abuso, el hastío, la frustración, el recelo, el fracaso, el agobio, la rabia, la disforia..., que ninguno las tenemos en cuenta durante el figureo, pero que también son emociones.

Llegado a este punto, valga una preguntilla: ¿si mañana un hado, perverso para nosotros, solucionara con sus poderes la situación actual de privilegio que nos provee de clientes, sobre la que no tenemos ninguna capacidad de control, en qué escenario nos encontraríamos...?

¡Chunga la pregunta, ¿verdad...?